Inexplicable secuela de 47 Meters Down, de la cual solo toma el título, los tiburones y los personajes insoportables. Un grupo de amigas se sumergen en un laberinto maya inundado porque es lo que hacen los pijos en su tiempo libre. Allí descubren un tiburón que les corta el rollo.

La primera película ya era mala pero aún contaba con fuelle para acompañar una siesta. Esta secuela prefiere ser irritante antes que irrelevante, y vaya si lo consigue. Aun estamos a la espera de una película de jóvenes con tiburones en la que no nos pongamos de parte del tiburón. Los escualos, además, tienen que tener el tamaño de un trolebús, parece que no hubiera tiburones de distintas medidas. Aquí hay una discriminación por razón de tamaño clarísima. Este es enorme pero se mueve con soltura por túneles submarinos, y es ciego, aunque si me dicen que es zombi también valdría, pero no se golpea con nada en su peregrinar persiguiendo a las chaladas de turno.

Las chicas sufren menos de lo que deberían a tenor de su estupidez. Pero lo más pintoresco de todo es que las dos hermanastras van a un instituto ¡con piscina! ¿Qué nuevo nivel de pijerío es este? Y piscina descubierta de recreo, nada de instalaciones deportivas. Ah, la vida alegre de las clases acomodadas. Así pasa, que aparece un tiburón ciego, se las merienda y no saben hacer la o con un canuto. Pues que se jodan.