Sin ningún género de dudas es la más brillante adaptación de la novela homónima escrita por Blasco Ibáñez (y que fue con la que más disfrute, de entre todas las que llevo leídas de este autor, incluida, su más internacional obra, "Sangre y arena"). Una adaptación no sólo brillante sino muy medida en el tiempo, con los capítulos justos, ni uno de más ni uno de menos, que desgrana a la perfección tanto el relato cómo a los carismáticos personajes creados por el gran escritor valenciano, en esta obra que va muchísimo más allá del costumbrismo, que abre en canal las más bajas y más altas pasiones humanas...

Estamos ante una serie que no defraudará ni a los más ávidos lectores (al menos conmigo no lo hizo), pues aunque, como es natural, tiene desvíos y atajos narrativos para adaptarse al formato audiovisual, se atañe fielmente al espíritu de su prosa...

Finalmente no puedo dejar en el olvido, es más, debo dejar negro sobre blanco para su eterna memoria, las impagables interpretaciones de unos actores y actrices (tanto veteranos cómo noveles) que me hicieron vibrar de emoción en el recitar de los soberbios diálogos encuadrados en tan exquisito guion. Y sin intención de dejar de menos a nadie, no puedo dejar de distinguir a una Victoria Vera, además de bellísima, emotiva y de afirmado carácter, jamás la he vuelto ver una faceta igual, nunca la he vuelto a ver en tan gran actriz cómo haciendo de Neleta. Y qué decir del gran José Bódalo, que maravilla de actor, que aplomo y que sencillez dando vida al cantinero, y hombre de mundo, Cañamel. Luego tenemos el renacer de Alfredo Mayo, en un papel que pareciese hecho para él, tanto en inicio cómo el Tío Palomo, hombre pegado al terruño, en este caso a las aguas de la laguna (La Albufera), y sus tradiciones, cómo luego cómo abuelo y viejo cascarrabias. Y cómo no destacar a ese grandísimo actor de teatro, llamado Manuel Tejada, que consiguió ponerme un nudo en la garganta en alguna de las más emotivas escenas, dando vida a un afanado labriego, hijo del ya nombrado Tío Palomo, acendrado pescador del lago. Y cómo no recordar a Carlos Romero Marchent, por hacer el personaje más simpático de todos; el pícaro, a ratos sacristán, despreocupado, desentendido, asilvestrado y “viva la virgen”, Sangonereta. Y luego, por último, recuerdo en una secuencia, durante los últimos capítulos, a una proverbial Terele Pávez, sacando el alma mientras escenifica, la derrota de toda una vida de la ambiciosa Samaruca (cuñada de Cañamel y dispuesta a heredarle).

Y cuando recuerdo esta serie o reveo algún capítulo, si dispongo de tiempo para la añoranza, me doy cuenta de lo excepcional que fue aquella antigua R.T.V.E. que, pese a los tejemanejes políticos que siempre la lastraron -tanto antes, entonces, después o ahora-, produjo auténticas joyas como ésta, otras series memorables, programas divulgativos como “El hombre y la Tierra” o foros de altísimo nivel (en los que intervenían grandes sabios de todas partes y no tertulianos del tres al cuarto) precedidos generalmente por una soberbia película, cómo aquel programa llamado “La clave”. ¡Quién te ha visto, y quién te ve…! Y espero que me disculpen por esto último, por este arrebato de abuelo Cebolleta. Pero es que en mi opinión, la televisión española ha perdido mucho, mucho… mucho. Y creo que cuantas más cadenas hay, peor es; más repetitiva se torna…