Sentí en ella la sensación del reencuentro pero no el reencuentro con una serie original que ya casi había olvidado sino con la ciencia ficción de toda la vida, con la emoción de los viajes espaciales, con las naves de combate, con el relato de la aventura cósmica, con las traslaciones en el tiempo sin lamentaciones metafísicas. Sí y también, por qué no, el reencuentro con los "fasers", con los torpedos de protones, con el motor de curvatura, con el “teletranspórtame Scotty”.

Llamadme friqui, llamadme anticuado, llamadme pueril o lo que queráis llamarme, pero disfruté como un marciano de antenas verdes viendo esta onceava entrega de Star Trek; y aunque en principio lo hice por añoranza, al final me atrajo por sus propios méritos no por nostalgias pasadas.

No voy a entrar en comparaciones -que siempre son odiosas- entre ésta y sus predecesoras del siglo anterior. Cada tiempo tiene su aquél. Pero a ésta siempre le agradeceré el haberme devuelto a viejos personajes cómo el Señor Spock o el Capitán Kirk entre otros. Y aunque Leonard Nimoy y William Shatner están tan arraigados, en mi memoria, a sus respectivos papeles que Zachary Quinto y Chris Pine tenían una misión imposible, otros personajes cómo la Teniente Uhura o, sobre todo, el Señor Scott por medio de Zoë Saldaña y Simon Pegg (éste con su personal toque de comicidad) respectivamente, según mi opinión, superaron a sus predecesores. En cuanto al Doctor MacCoi lo dejaremos en un empate entre DeForest Kelley y Karl Urban.

Y por terminar, añadir: que esta vieja y nueva película demuestra que nunca hay que perder la esperanza con el futuro si no perdemos de vista la senda del pasado...