Leo que a Boyero "American Hustle" no le gusta. En concreto que todo en ella le resulta "irritantemente vacuo, falso, manierista y aburrido". Así que me precipito a verla. Pues, repetid conmigo, niños: "si algo no gusta a Boyero, ha de ser por fuerza bueno".
Efectivamente, "American Hustle"- aquí traducido por un grandilocuente "La gran estafa americana", aunque podría haber sido mucho peor-, es una película francamente interesante y, por momentos, brillante.
Plantea una más que sugerente reflexión en torno a las espurias- y muy íntimas- relaciones entre los petrodolares, el negocio- pelotazo- inmobiliario, la(s) mafia(s), y los intachables (!) representantes de la ciudadanía. Dicho lo cual, habrá que irse a buscar la vacuidad de que se le llena a Boyero la boca- o el teclado- a cualquier otra parte. Porque el tema es, desgraciadamente, de una actualidad casi- sin el "casi"- cotidiana.
Ubicar la trama en los extravagantes setenta permite a su director y co-guionista, David O´Russell- "Silver Linings Playbook" (El lado bueno de las cosas, 2012)-, ganar cierta distancia y así objetivar el tratamiento de una lacra que nos suena demasiado. A ello contribuye, además, una serie de situaciones más chocarreras, diría, que jocosas, que le permiten dulcificar el agrio tono de denuncia que atraviesa la historia- los momentos de humor, llamémoslo, "capilar" resultan definitivamente impagables.
Sumemos a todo lo anterior un reparto de alto voltaje y nos encontraremos ante la estimulante cinta que es esta "American Hustle". Sobresale especialmente el disfuncional matrimonio formado por Christian Bale y Jennifer Lawrence. Si caben pocas dudas respecto a que el primero sea el mejor actor de su generación, la segunda va camino de serlo de la suya. La presencia de ambos en escena llena la pantalla y hace dispararse los latidos de una película que, por otra parte y pese al generoso metraje, goza del pulso de un ciclista profesional. Me atrevería a decir, incluso, que Lawrence, en su papel de florero torpón e impredecible, alcanza a robarle el plano a Bale más de una vez, lo cual exige un despliegue de carisma hoy día al alcance de muy pocos intérpretes.