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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
9
Drama Manu, Roland, Jo y Vosselin comparten celda en la prisión francesa de La Santé. Los cuatro han pensado un elaborado método para escapar de la prisión, pero cuando están a punto de ejecutarlo, les asignan un nuevo compañero de celda, al que no saben si comunicarle o no sus planes. (FILMAFFINITY)
3 de julio de 2016
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Excelente película de fugas, posiblemente la mejor de un subgénero, por otra parte, particularmente fecundo —“The Great Escape” (La gran evasión, 1963); “Escape from Alcatraz” (Fuga de Alcatraz, 1979); o, algo más alejada en cuanto a calidad, que no en cuanto al carisma de sus siempre pícaros protagonistas, “Victory” (Evasión o victoria, 1981).
Sin que las evidentes estrecheces presupuestarias le supongan embarazo alguno, Jacques Becker adapta la novela, homónima y autobiográfica, de Jose Giovanni —quien asimismo firma un guion al que no falta ni sobra una coma— para dar a luz —y qué luz— una obra maestra indiscutible, prodigio de narrativa y fotografía fílmicas.
En el año cero de la celebérrima “Nouvelle vague” —“Les 400 coups” (Los 400 golpes, 1959); “Hiroshima mon amour” (ídem, 1959); “À bout de soufflé” (Al final de la escapada, 1960)—, Becker, el último de los clásicos franceses —de hecho, murió antes del estreno de su extraordinario testamento cinematográfico—, nos regala un milimétrico ejercicio de estilo, encerrando entre las cuatro paredes de una celda diminuta a cinco semidesconocidos —para tres de ellos era su debut ante las cámaras, y para Jean Kéraudy, participante real, junto al propio Giovanni, en la fuga descrita, su primera y última aparición en pantalla.
“Le trou” constituye una lección magistral de manejo de los tiempos. Porque a la angustia consustancial a este tipo de historias suma la exposición minuciosa, sin apenas elipsis y casi en tiempo real, del complejo, asfixiante proceso de excavación del butrón.
Que nos encontramos ante una joya salta a la vista ya en el planteamiento. La sola presentación de los personajes, en unos pocos trazos rápidos —en contraste con la mencionada prolijidad posterior—, logra una hondura psicológica poco acostumbrada, y menos aún en cintas de temática carcelaria, donde el estereotipo manda.
Mención aparte merece la fotografía de Ghislain Cloquet. Admirable en su sencillez, elude las muchas tentaciones expresionistas que el —a priori sórdido— espacio pudiera plantear. Se luce, además, con el hallazgo del “periscopio” y, en especial, con el recorrido por las galerías subterráneas. Aquí sí se recurre a un tenebrismo tan oportuno como bien ejecutado. En fin, como todo en esta maravilla.
Carorpar
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