Partiendo de que toda adaptación cinematográfica palidecerá frente a la rabia maravillosa que impregna cada palabra de la obra cumbre del gran Kerouac, la visión que de la misma nos da Walter Salles es, efectivamente, una simplificación manierista, mera acumulación de clichés a lo largo de dos horas de metraje que, en ocasiones, se hacen francamente largas.
Salles se muestra incapaz de, siquiera, aproximarse al ritmo sincopado de la prosa "bebop" del genial cronista de la generación "Beat", y firma, por contra, una obra plomiza a la que ni la excelente fotografía a cargo de Eric Gautier consigue rescatar del tedio.
La insistencia cansina en el recurso a los tópicos "hipster" del jazz, la benzedrina y el existencialismo de botellón resulta de una pobreza discursiva rayana en el insulto. O será que Salles, o su guionista de muy castizo nombre José Rivera, pasaron de leerse el libro- imposible, o no tuvieron adolescencia- y, más bien, alguna vez, se lo han contado.
En cuanto a los protagonistas, ángeles derrotados en la icónica novela, niñatos malcriados en la olvidable película, sólo Sam Riley, experto en papeles atormentados- Ian Curtis en "Control"-, logra transmitir algo de la entrañable y autodestructiva timidez del tótem Jack Kerouac-Sal Paradise, pese a que físicamente se le parezca lo que un huevo a una castaña. Garrett Hedlund no pasa de guaperas caprichoso, a años luz del santo loco Neal Cassady-Dean Moriarty que inspirara no sólo a Kerouac sino a todo el resto de integrantes de la generación. Lo mismo sucede con Kristen Stewart, y es que no basta con fruncir los morritos durante más de dos horas para componer una réplica creíble de la fascinante LuAnne Henderson-Marylou. En cuanto al Bull Lee-William Burroughs y el Carlo Marx-Allen Ginsberg interpretados por Viggo Mortensen y Tom Sturridge respectivamente, no queda sino denunciar que no van más allá de constituir un par de chistes de mal gusto, sobretodo el primero.
No obstante todo lo dicho, creo que no todas las culpas han de recaer sobre los irresponsables perpetradores de esta película, pues hay determinadas creaciones literarias que, por más que se empeñen algunos, son intraducibles al lenguaje cinematográfico. "On the Road" es, sin lugar a dudas, una de ellas.