Interesante aproximación a un suceso poco conocido –no podía ser de otro modo- de nuestra historia: la Operación Lobo, consistente en la infiltración de un agente en la cúpula de ETA entre 1973 y 1975.
Si bien el proceso resulta un tanto abracadabrante –el “lobo” huele a topo que tira de espaldas, y los encuentros que mantiene con sus contactos policiales son cualquier cosa menos discretos-, cabe argumentar que ni el SECED era la CIA ni ETA Al Qaeda, precisamente.
Nos encontramos, en cualquier caso, con un thriller bastante eficaz que se adorna, además, con una impecable factura técnica –aunque no abundan, las escenas de acción están ejecutadas con sumo oficio.
En un reparto lleno de caras conocidas sobresale especialmente José Coronado, de un tiempo a esta parte tan cómodo en la piel de comisario fascistoide que cuesta recordarlo –siquiera imaginarlo- en un rol diferente. Eduardo Noriega, guapo oficial de nuestro cine no hace mucho tiempo, despliega una vez más toda su incompetencia interpretativa- nada nuevo bajo el sol, si acaso ese repentino tinte rubio platino, del que, imagino, ni él ni su agente recibieron aviso-. La angelical Silvia Abascal, por su parte, ennoblece su breve papel con una actuación tan contenida como elegante. En cuanto a Melanie Doutey, no da el mínimo exigido ni para la función de fin de curso de un centro ocupacional para discapacitados psíquicos, pero está tan desasosegadoramente buena que sus incontables carencias quedan en mera “peccata minuta”. La amamos hasta con pasamontañas.
En fin, pese a ciertas incongruencias y a su no por famoso menos desequilibrado elenco, “El Lobo” es una película, ante todo, muy entretenida. Asimismo saca a la luz algunas prácticas indeseables de aquella guerra –sucia, muy sucia- que vivimos entre el Estado y el terrorismo durante cerca de medio siglo.