Sam Raimi vuelve por sus fueros y se da un saludable baño de serie B.
"Drag Me To Hell" es un delirio divertidísimo carente de la más mínima pretensión. Algún que otro director de pseudo-terror debería echar un vistazo a esta cinta y tomar buena nota de sus humildes premisas. Ello haría mucho bien al maltratado género y a sus aún peor tratados fans.
Con la fruición de un gorrino de recebo, Raimi se revuelca en una humeante charca de vísceras, dentaduras postizas, moscas, anélidos varios, lapos y demás mucosidades. Lo mismo la encantadora Alison Lohman, sufrida protagonista del desmadre. Y el espectador sin más ambición que la de pasar un buen rato frente a la pantalla, feliz de sumergirse hasta las ingles en este caldo demoníaco de sazón generosa.
El reparto y el diseño de producción de "Drag Me To Hell" dejan bastante que desear, eso es innegable. No podía ser de otro modo, habida cuenta de las cifras en las que debió de moverse el presupuesto de una cinta con tan palmaria voluntad de serie B. Además, arranca briosa y consigue lo que pocas del mismo pelo: mantener el pulso. Lo cual supone ya unos cuantos puntos a su favor.
En fin, recomendable vuelta de tuerca- hasta pasarse varias veces de rosca- al subgénero de las posesiones demoníacas. Y sin niño muerto, cura católico, ni políglotas del más allá. Ni falta que hacen.