Película extraordinaria de Alejandro G. Iñárritu, cómo era de esperar, aunque también más extravagante respecto a su cine anterior. El guión magnífico, lleno de matices y frases inteligentes. Toca temas como el mundo del cine y del teatro, la fama y cómo su ambición junto con la búsqueda de ese equilibrio entre el verdadero arte y la comercialidad, y entre lo falso y lo verdadero, puede vapulear la cordura de una persona. Es interesante y compleja siempre la juxtaposición de realidades cuando una obra de teatro está dentro de una película, en este caso la adaptación al teatro de De qué hablamos cuando hablamos de amor, de Raymond Carver), puesto que contamos con dos actuaciones en una. La dirección de los actores y su interpretación en sí es impecable en todos, Keaton por supuesto como buen protagonista, pero también Norton, Naomi Watts, Zach Galifianakis y Emma Stone. Diferente en su filmación-montaje con un falso único plano secuencia y cámara al hombro, que me encanta, nos pasea una y otra vez por el interior del viejo teatro St. James de Broadway, dando vueltas y revueltas por sus estrechísimos y laberínticos pasillos y llevándonos a las situaciones y escenarios abiertos o cerrados, internos y externos que él quiere y nosotros no podemos hacer otra cosa que movernos con él a través de la cámara. Otra cosa que me ha encantado son los improvisados solos jazzísticos de batería como parte de la banda sonora. No todo me gusta de esta película, por ejemplo no me gusta su última parte, es ambigua y a mi gusto no está a la altura de la primera. Pero todo lo positivo a mi entender resalta con creces sobre los aspectos más farragosos que pueden resultar de esta arriesgada apuesta del director.