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Voto de Fedexior:
1
5,6
43.466
Aventuras. Intriga. Drama
Impulsado por el deseo de vivir experiencias y emociones apasionantes, Richard (Leonardo DiCaprio), un joven mochilero, viaja a Thailandia. En Bangkok se aloja en un hotel de mala muerte, donde conoce a una pareja de franceses, Étienne (Guillaume Canet) y Françoise (Virginie Ledoyen), y a Daffy (Robert Carlyle), un viajero consumido por años de sol y drogas y que está de vuelta de todo. Daffy, un ser tortuoso y paranoico, le cuenta a ... [+]
22 de marzo de 2010
14 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Empecé a ver esta película no sin cierto recelo. DiCaprio nunca fue santo de mi devoción, hasta que empezó a actuar en películas que valen la pena como Atrápame Si Puedes o El Aviador. Sin embargo, lo toleré pacientemente durante la primera media hora, más o menos. En realidad, sentía curiosidad por saber si la película iba a empezar a contar algo interesante; no es que me hubiese enganchado.
Entonces empecé a ver a Leo haciéndose el chico rebelde, harto de la sociedad consumista y conformista en la que vive. Lo vi fumando grandes cantidades de marihuana, riéndose como un estúpido de estupideces y tratando de enamorar a una chica francesa bastante bonita justo bajo las narices del memo de su novio. Hasta acá, seguí soportando, aunque apenas. Cada cinco o diez minutos, cambiaba de canal (porque la vi en la TV) para ver si había algo un poquito más interesante en alguna otra emisora. Pero volvía a la película bastante seguido... como dije, arrastrado por mi simple curiosidad. A los cuarenta y tantos minutos empecé a darme cuenta (ya sé, demasiado tarde, lo que pasa es que soy muy lento de reflejos mentales) de que el filme no tenía mucho que contar... en realidad prácticamente nada. Mi aburrimiento era cada vez mayor. Pero eran al rededor de las dos de la mañana, no tenía nada mejor que hacer y la programación en los otros canales ya había terminado, así que... seguí mirando. Además, no tenía sueño. Todavía.
Aguanté, aburrido, hasta que Leo y sus amigos (La francesa bonita y el memo de su novio) llegan a la famosa playa, el supuesto paraíso donde un grupo de hippies del nuevo milenio llevan una vida placentera, aislados del resto del mundo que se degenera a su al rededor.
En cuanto conocí a estos pseudohippies, mi aburrimiento empezó a diluirse y comenzó a ser suplantado por cierto desprecio... Desprecio que fue creciendo dentro de mí poco a poco, hasta alcanzar el odio absoluto. Primero me di cuenta de su enorme hipocresía. Ellos querían hacerse los hippies, vivir de la naturaleza, bañarse desnudos en el mar... pero ninguno de ellos podía vivir sin sus video juegos, sin sus walk-mans, ni el papel higiénico de doble hoja esponjado para no rasparse el trasero cuando iban al baño. Tampoco podían tolerar la vida en comunidad, que se supone es la base del ideal hippie. Así, empiezan a pelarse unos con otros por quién tiene que preparar la comida, o porque alguno de los sujetos miró de cierta manera a la novia de otro y entonces este empieza a sentir celos.
La gente dice que soy tolerante, así que seguí tragándome este bodrio hueco y tan frívolo como Rebelde Way, con pseudo pretensiones de crítica a nuestra podrida sociedad. Sin embargo, ya sentía el cosquilleo del odio naciéndome en lo más hondo de mi corazón.
Hasta que, finalmente, llegó la escena culmine, el clímax que me hizo estallar de ira:
Entonces empecé a ver a Leo haciéndose el chico rebelde, harto de la sociedad consumista y conformista en la que vive. Lo vi fumando grandes cantidades de marihuana, riéndose como un estúpido de estupideces y tratando de enamorar a una chica francesa bastante bonita justo bajo las narices del memo de su novio. Hasta acá, seguí soportando, aunque apenas. Cada cinco o diez minutos, cambiaba de canal (porque la vi en la TV) para ver si había algo un poquito más interesante en alguna otra emisora. Pero volvía a la película bastante seguido... como dije, arrastrado por mi simple curiosidad. A los cuarenta y tantos minutos empecé a darme cuenta (ya sé, demasiado tarde, lo que pasa es que soy muy lento de reflejos mentales) de que el filme no tenía mucho que contar... en realidad prácticamente nada. Mi aburrimiento era cada vez mayor. Pero eran al rededor de las dos de la mañana, no tenía nada mejor que hacer y la programación en los otros canales ya había terminado, así que... seguí mirando. Además, no tenía sueño. Todavía.
Aguanté, aburrido, hasta que Leo y sus amigos (La francesa bonita y el memo de su novio) llegan a la famosa playa, el supuesto paraíso donde un grupo de hippies del nuevo milenio llevan una vida placentera, aislados del resto del mundo que se degenera a su al rededor.
En cuanto conocí a estos pseudohippies, mi aburrimiento empezó a diluirse y comenzó a ser suplantado por cierto desprecio... Desprecio que fue creciendo dentro de mí poco a poco, hasta alcanzar el odio absoluto. Primero me di cuenta de su enorme hipocresía. Ellos querían hacerse los hippies, vivir de la naturaleza, bañarse desnudos en el mar... pero ninguno de ellos podía vivir sin sus video juegos, sin sus walk-mans, ni el papel higiénico de doble hoja esponjado para no rasparse el trasero cuando iban al baño. Tampoco podían tolerar la vida en comunidad, que se supone es la base del ideal hippie. Así, empiezan a pelarse unos con otros por quién tiene que preparar la comida, o porque alguno de los sujetos miró de cierta manera a la novia de otro y entonces este empieza a sentir celos.
La gente dice que soy tolerante, así que seguí tragándome este bodrio hueco y tan frívolo como Rebelde Way, con pseudo pretensiones de crítica a nuestra podrida sociedad. Sin embargo, ya sentía el cosquilleo del odio naciéndome en lo más hondo de mi corazón.
Hasta que, finalmente, llegó la escena culmine, el clímax que me hizo estallar de ira:
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
La escena en que algunos de estos hippies de plástico van a cazar tiburones a una laguna y uno de ellos (un alemán, según creo) es mordido gravemente por un tiburón. Los demás, muy asustados y preocupados porque la sangre empieza a manchar su perfecto paraíso terrenal, toman una rápida decisión. ¿Ayudar al alemán? ¿Curarlo? ¿Llevarlo de vuelta al mundo real para que lo atiendan en un hospital? ¡No! ¡Deciden, ni más ni menos, abandonarlo a su suerte en medio de la selva! Esa misma noche, cuando el tipo está medio muerto, con la pierna casi arrancada por el tiburón y la carne viva al aire, lo llevan en una camilla de juncos, lo dejan entre unos árboles y vuelven tranquilamente por donde vinieron, para seguir fumando marihuana, seguir escuchando a los Back Street Boys en sus walk-mans y seguir haciéndose los hippies. Fue aquí cuando el odio por toda esta bazofia me hizo gritar. Indignado, me levanté del sofá, le di un manotazo al televisor y lo apagué. Me di media vuelta y, con la boca llena de insultos, me fui a la cama, mientras me decía que era un imbécil por haber aguantado esta porquería de película hasta el final.
La vi hace algunos años y, aunque parezca mentira, el odio que siento por The Beach perdura en mí hasta estos días. Y cada vez que me acuerdo de esa película, siento que renace, como una fuerza implacable que me da ganas de tomarme el próximo avión a Hollywood, o a dónde sea que vive DiCaprio y partirle la boca de un puñetazo.
La vi hace algunos años y, aunque parezca mentira, el odio que siento por The Beach perdura en mí hasta estos días. Y cada vez que me acuerdo de esa película, siento que renace, como una fuerza implacable que me da ganas de tomarme el próximo avión a Hollywood, o a dónde sea que vive DiCaprio y partirle la boca de un puñetazo.