Nadie puede sustraerse al embrujo que produce saber que en 1888 se filmó esta película y, por eso, cierta actitud de admiración es comprensible cuando cualquier aficionado se siente el ser más feliz del mundo por tener la oportunidad de contemplarla..

Pero el cine es otra cosa.
El arte es otra cosa.

Estas películas poseen un valor inmenso como aportación al ámbito de la técnica, de la ciencia, de la investigación si se prefiere, o de la invención.
Y por eso no nos duelen prendas a la hora de aclamarlas.

Pero desde el punto de vista cinematográfico, que implica una valoración exigente en la que el tema creativo no es cuestión secundaria, estas películas suelen ser irrelevantes.

Seamos felices al verlas como curiosidad histórica pero no seamos reacios a admitir que lo que hoy se denomina cine es un arte que requiere exigencias adicionales.