Hay películas en las que el narrador, gracias a un tono espontaneo y directo, nos seduce. Lo hace “sólo” utilizando un discurso fluido y honesto que, incluso al margen de las bonanzas o carencias de la historia, consigue cautivarnos.

Pienso que, para que esto ocurra, hay tener algo dentro y, además, saber expresarlo. Cuando se da esta circunstancia (por desgracia, pocas veces), surge la conexión entre el espectador y el narrador. En gran medida, ahí radica la grandeza y la dificultad, no sólo del cine, sino del arte en general.

Judith Colell, demuestra tener mucho dentro para contar y, haciendo gala de una soberbia sensibilidad expresiva, en 53 Días de Invierno, mediante tres bonitas, aunque dolorosas, historias, que fluyen con espontaneidad y de forma paralela, consigue cautivar, emocionar e incluso provocar la reflexión del espectador.

Sin duda, para el que suscribe, una buena película