Espectacular factura técnica al servicio de un guión que desgraciadamente flojea bastante, merecedora sin embargo de halago por sus innumerables méritos.
Tras una prueba rutinaria a consecuencia de un grave accidente descubren que nuestro prota, el guapérrimo Àlex Brendemühl, tiene un tumor sólo salvable con un trasplante de médula de uno de sus progenitores. Acude a ellos entonces y descubre que no son sus verdaderos padres. La cinta entonces vuelve marcha atrás a los años 30 y nos cuenta la segunda historia de la peli, mucho más interesante, acertada y correcta, la de unos niños que nacieron con una extraña insensibilidad a todo tipo de dolor y fueron confinados en un hospital en la montaña hasta que al final de la guerra civil llegaron allá primero los rojos y después los fachas, que en colaboración con los nazis, utilizaron a uno de esos niños al que llamaron Berkano como "confesor", capaz de arrancar cualquier confesión practicando el dolor más profundo a sus víctimas.
Desgraciadamente la peli, que podía ser un diez, sigue en un ir y venir contínuo de los 30 a los 60, de los 60 a la actualidad y vuelta atrás, no siempre justificado.
Como debut en el largo, Medina se convierte en una gran promesa de nuestro cine, capaz de crear espacios y ambientes incómodos, tensos y desagradables, aunque le falta un empujoncillo para dominar el miedo como tal.
Lo mejor: Àlex Brendemühl, guapo, creíble, un bombón. El maquillaje de Berkano, a la altura de las grandes producciones de terror de otros lugares. En general, el reparto está más que decente.
Lo peor: La solución, rápida, apresurada y mal hilada. Juan Diego, un ejemplo de cómo una sobreactuación puede sacar al espectador de la peli por completo.