Con su sobria puesta en escena, su cuidada fotografía y sus sorprendentes encuadres, “El manantial de la doncella” es una película que a día de hoy no ha perdido ni un gramo de fuerza. Estéticamente, se trata de un film poderoso, impactante, que ha envejecido muy bien a pesar de sus más de 50 años de antigüedad. Pocos diálogos y escasa música, el peso de la película se sostiene en imágenes a veces ásperas, a veces simbólicas, pero siempre rotundas.

Y qué decir de su contenido. Bergman nos relata una fábula medieval, pero en la que plantea conflictos intemporales del ser humano. Y, sobre todo, el argumento está lleno de aristas y matices, nada es exactamente lo que parece. Bergman muestra sus obsesiones por la religión y nos conduce hacia un final tan deslumbrante como discutible. Y, por el camino, no deja títere con cabeza. La inocencia y el candor son altaneros y ególatras. La caridad y la solidaridad generan ingratitud. Los desarraigados de la vida transforman su lucha por la supervivencia en un irrefrenable deseo de hacer daño. La desesperación y el natural instinto de venganza del que sufre derivan hacia una crueldad desaforada e injustificable…

Hasta ahora, mi película favorita de Bergman.