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España España · Barcelona
Voto de reporter:
4
Comedia. Drama La doctora Sharon Gill, que está haciendo una sustitución, le comunica a un paciente que le quedan sólo 90 minutos de vida. Cuando se da cuenta de su error, trata desesperadamente de localizar a ese hombre, que recorre frenéticamente la ciudad para tratar de corregir todos los errores que ha cometido en su vida. (FILMAFFINITY)
19 de marzo de 2015
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A simple vista, podría parecer que la escena se corresponde al típico atasco matutino en Nueva York. Uno más entre muchos otros en la vida de Henry Altmann... lo que pasa es que llegado a este punto, el pobre abogado, pues ésta es su profesión, ya no está para bromas. Considera él que, especialmente a lo largo de los últimos 25 años, ya ha tragado suficiente mierda. Que con esto ya es suficiente, que a partir de ahora, serán los demás, y no él, los que coman. Porque joder, ya basta de este calvario; ya va siendo hora de que el universo empiece a saldar su larguísima deuda. El hombre se ha convertido, en definitiva, en un hater; en lo que siempre ha respondido a la denominación de ''amargado'', vaya. Es un monstruo con la vena de la sien a punto de estallar. Los cláxones, los policías, los taxistas, los paraguas grandes, las tarjetas de crédito, los carteros... absolutamente todo le infla los cataplines.

Hasta que tarde o temprano sucede lo inevitable. ¿Estamos ante 'Un día de furía' versión East Coast? Podría ser... pero no. El caso es que lo improrrogable no es más que un chequeo médico rutinario. Pero ojo, hay trampa. El cosmos se ha tomado muy en serio la declaración de guerra por parte de Mr. Altmann, y decide destapar, por fin, todas las cartas. El as que se guardaba en la manga es la broma definitiva, y aparece en las radiografías en forma de aneurisma cerebral que, por si todo esto fuera poco, sólo le deja con 90 minutos de vida. Exactamente el mismo tiempo que se tarda, por cierto, en cocer una pechuga de pavo. Qué vida... La gracia, por así decirlo, está en que ha habido un error en los parámetros iniciales de la cuenta atrás. Cosas de las grandes carambolas: La doctora encargada del diagnóstico, aunque todavía no lo sepa, es una alumna aventajada de la escuela de los amargados de Brooklyn, y en aquel momento tan crucial, ha llegado con el juicio demasiado nublado.

La feliz (?) coincidencia se salda con el punto de partida de 'El hombre más enfadado de Brooklyn', esclarecedor título que nos sirve, principalmente, para seguir con la larga despedida al malogrado Robin Williams. En este sentido, el film va sobrado de ese morbo macabro (recordemos, el personaje principal debe aprender a lidiar con una muerte que, aparte de insalvable, es inminente) que para bien o para mal también nos nubla el juicio a nosotros. En el plato de la balanza donde va a parar todo lo negativo, encontramos básicamente ese cariño acrecentado por una mezcla peligrosísima entre nostalgia y melancolía. Exacto, Robin Williams murió mucho antes de lo que nos hubiera gustado, y es por esto que podemos auto-inducirnos la -falsa- idea de que el universo, al completo, nos debe, por lo menos, una. Podemos pensar que si éste no está dispuesto a cumplir con el trato, nos lo vamos a cobrar nosotros mismos, obligándonos a que nos guste una película descalibradísima (en el tono tragicómico; en el plano emocional), y que hace demasiados pocos méritos para merecer este trato.

Las cosas como son: Robin Williams ya no está aquí, pero si nos ponemos cursis, podemos consolarnos pensando que seguirá viviendo, para siempre, a través de sus trabajos... la lástima es que el recuerdo tenga que pervivir a través de películas como 'El hombre más enfadado de Brooklyn'. Este remake de la cinta franco-israelí titulada 'Mar Baum', está supuestamente dirigido por Phil Alden Anderson, pero su nombre se resiste a salir en unos títulos de crédito encabezados, para hacernos a la idea, por el ''Unit Production Manager''. ¿Sintomático? Desde luego, más aún viendo todo lo mostrado. La película es simplemente una acumulación de las referencias con las que juega. Al filme de Joel Schumacher anteriormente mencionado, se le podría sumar aquel estrés contra-el-reloj (biológico) de 'Crank', aquel ánimo de redención torpona de la televisiva 'Me llamo Earl' y, por qué no, alguna que otra pincelada del Frank Capra de 'Qué bello es vivir'.

Cuidado, cualquier punto de apoyo que pueda venir a la cabeza se presenta en su versión más edulcorada, más insípida, más sensiblera y, a la postre, menos inspirada. Es más, en ningún momento puede hablarse de mezcla o conjunción de todos estos elementos, sino quizás (y siendo generosos) de poti-poti mal cocinado que confía excesivamente en el trabajo de un puñado de caras conocidas... irremediablemente convertidas en un tropel de pollos sin cabeza. Pesa demasiado la evidente ausencia de un cerebro reconocible detrás de las cámaras; de alguien que consiga desvanecer el insoportable hedor que desprende el conjunto a quiero-no-puedo... suponiendo (y es mucho suponer) que exista una voluntad real de no hacer el ridículo. Desgraciadamente, éste acaba siendo el resultado final de casi cada situación. Sabor aderezado, para colmo de males, con una pizca de irritabilidad, vergüenza y pena ajenas. Como si de algún modo, el universo estuviera conspirando en nuestra contra. Como si estuviéramos en medio del peor de los atascos. Venas y genitales hinchados; posibilidad de colapso cerebral convirtiéndose en probabilidad demasiado sólida. Antes del funesto final, nos aborda una última imagen: La sonrisa ligeramente desfigurada de Robin Williams. Una vez más. Aquí alguien se ha propuesto atacarnos, sin compasión ni pudor, la fibra sensible. Una vez más. Definitivamente, no hay derecho.
reporter
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