Altman trocea como si fueran patatas, cebollas y tomates las ya breves y minimalistas historias de Raymond Carver y exhibe los fragmentos en un carrusel fulgurante que consigue mantener su ritmo endiablado durante todo el exagerado metraje del film. Los personajes grises del maestro cuentista dejan de estar solos en sus sórdidas realidades y se entrecruzan con otros de otros cuentos e incluso sufren en común fenómenos como la fumigación tóxica y un típico terremoto angelino. El aire fragmentario de los cuentos originales se pierde y la cosa adquiere un aire de mecano de dimensiones demasiado grandiosas, pero de una flexibilidad y un dinamismo notables. Quedan perfectamente trasmitidas dos de las piezas maestras de Carver: “Parece una tontería”, donde sellan lazos de solidaridad un pastelero y la familia de la que se ha estado burlando en plena zozobra por la tragedia del atropello de su niño, y “Tanta agua tan cerca de casa”, donde una esposa reprocha a su marido que haya sido capaz de divertirse pescando al lado del cadáver sumergido de una mujer violada. Otras lucen menos e incluso aparecen distorsionadas por el rol que el conjunto les hace jugar. Pero cada año reciben el óscar a la mejor película obras mucho menores que ésta.