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Voto de Enrique Castaños:
9
7,2
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Drama
Manuela es una adolescente que es enviada a un rígido internado después de la muerte de su madre. La directora del establecimiento es una convencida de que el hambre y la disciplina afirman el carácter de las niñas, pero Manuela tiene problemas ajustándose a la rígida disciplina de la directora. Así la niña es cuidada por la maestra Elizabeth Von Bernburg, que es la profesora más joven del internado y por la que todas las niñas ... [+]
22 de enero de 2015
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sólo con la ejecutoria de este filme, podríamos afirmar, sin mucho temor a equivocarnos, que Leontine Sagan (1889 – 1974), aunque nacida en Viena, es la más destacada directora de cine en el mundo germánico, junto, naturalmente, a Leni Riefenstahl. Dos de los estudios más clásicos sobre el cine alemán anterior a 1933, el de Siegfried Kracauer («De Caligari a Hitler. Una historia psicológica del cine alemán», de 1947) y el de Lotte Henriette Eisner («La pantalla demoniaca», de 1952), no aluden a un aspecto recalcado hasta la saciedad de un modo vulgar y superficial por críticos mediocres y espectadores indocumentados: las explícitas connotaciones lésbicas del filme. La excelente historiadora y analista que fue Eisner, se refiere muy poco en su libro a esta película; Kracauer sí lleva a cabo un comentario más detallado de esta indiscutible obra maestra. Como siempre, la principal limitación del imprescindible Kracauer es la obsesión que tiene en corroborar y demostrar su tesis argumental: hay una línea que conduce del Dr. Caligari, un manipulador, hasta Hitler; pero, además, había una predisposición psicológica en el pueblo alemán, sobre todo en Prusia, para que el acceso del Partido Nazi fuese posible. No cabe duda que, al menos desde la época de Federico II el Grande, esto es, desde 1740, la autoridad, el orden, la disciplina, la reglamentación y la organización se apoderan febrilmente del espíritu alemán, viéndose reforzadas durante el periodo bismarckiano, y, no digamos, durante la época guillermina, que arrastró con su militarismo a la Gran Guerra. Pero esa educación autoritaria que se respira, sobre todo inspirada por la superiora, en el colegio internado de la película, ambientada en el Potsdam de 1910, ni mucho menos debe ser confundido con una política, un Partido y un Gobierno netamente criminales, sistemáticos violadores de los derechos fundamentales desde 1933, racistas y genocidas. Hay que tener sumo cuidado en no confundir las cosas. No es que Kracauer lo haga, pero insinúa con demasiado énfasis la preparación de una senda que, en otros lugares, ni mucho menos dio esos resultados: ¿O es que no eran autoritarios los colegios ingleses de entonces, donde el castigo físico se alentaba incluso desde las instituciones democráticas?
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spoiler:
En cualquier caso, además de la realización, la clave de bóveda de esta película es la imponderable interpretación de sus dos protagonistas, Dorothea Wieck, en el papel de Srta. Elisabeth von Bernburg, y Hertha Thiele, en el de la alumna huérfana de madre Manuela von Meinhardis. Probablemente nunca hayamos visto ni llegaremos a ver en la pantalla una complicidad más sutil, más elegante, refinada y exquisita entre dos actrices, que contaban menos de veinticuatro años en 1931 (tenían exactamente la misma edad, con pocas semanas de diferencia). Kracauer, que pondera con razón aquella maestría interpretativa, supo caracterizarlas con sucintas pinceladas. De Manuela afirma que es «un compendio único de dulce inocencia, temores ilusorios y emociones confusas», y que mientras «encarna la adolescencia con su manifiesta vulnerabilidad», Elisabeth «brilla aún con una juventud que se desvanece irreparablemente. Cada gesto suyo dice de batallas perdidas, esperanzas enterradas y deseos sublimados». Desde su primer encuentro, Elisabeth percibe la fragilidad, sensibilidad y excepcionales cualidades de la adolescente, cuya tristeza se debe a la ausencia de cariño durante su vida. Pero Manuela se integrará muy bien en la convivencia diaria con sus compañeras, aunque será la profesora Elisabeth von Bernburg la que cambie su manera de entender la realidad y las relaciones humanas. El amor que desarrolla Manuela por Elisabeth (de quien están «enamoradas» la mayoría de las colegialas), es completamente inocente, platónico, sin el más mínimo asomo de vulgaridad sexual. La ternura, la comprensión, la humanidad en el trato, el exquisito equilibrio entre autoridad y confianza, convierten a Elisabeth en una profesora excepcional, de la que cualquier adolescente sensible se enamoraría, y más si es una joven falta de cariño. No cabe duda que la secuencia de la despedida de buenas noches de Elisabeth hacia sus pupilas es única en la historia del cine. A Manuela se lo da en la boca, pero como una madre besa a veces a su hija. Si hay resonancias lésbicas, son exquisitamente elegantes; ésta insinuación, si es que existe, hace de ese beso algo aún más perturbador―es cierto que la autora de la pieza teatral («Ritter Nérestan», Leipzig, 1930) que sirvió de inspiración a la película, la escritora alemana Christa Winsloe, sí tuvo claras inclinaciones lésbicas durante un periodo de su vida, entre 1932-1933, manteniendo un apasionado amor con la periodista estadounidense Dorothy Thompson; pero la película no hace del lesbianismo algo explícito: lo mantiene, si se prefiere, en un terreno impreciso de deseos insatisfechos, por parte de la profesora, y de fascinación por parte de la alumna. La obra de teatro contaba las experiencias de Winsloe en un internado de Potsdam. Aunque ella fue la que escribió el guión de la película, consintió en la sugerencia del supervisor de dirección, Carl Froelich, en rebajar la relación lésbica y acentuar el modelo educativo prusiano. En la obra de teatro, además, la protagonista muere―. No obstante, la verdadera clave del filme es Elisabeth, extraña, enigmática, misteriosa, fascinante para sus alumnas, inalcanzable, cercana y distante a la vez, connaturalmente respetuosa, moderada, tolerante y aristocrática. Es esa aristocracia del espíritu de la que hablaba Nietzsche. Esta interpretación, con sus gestos, actitudes, facciones del semblante, belleza casi leonardesca, por lo insondable, no volvería a ofrecerla nunca más Dorothea Wieck. Los encuentros entre Manuela y Elisabeth subyugan, cautivan, perturban, especialmente a los hombres, pues nos damos cuenta que estamos ante un territorio íntimo, inefable, que nos ha sido vedado para siempre.
Enrique Castaños, enero 2015
Enrique Castaños, enero 2015