Pongamos ya las cartas sobre la mesa: "Infiltrados" es una de las mejores películas de cine negro que se han filmado. Pero, la última película de Martin Scorsese no aporta nada nuevo al género, simplemente se limita a construir una buena historia sobre los escombros de un género aquejado habitualmente de un trato ínfimo por parte de quienes se atreven a filmar películas así.
Scorsese crea una historia atrayente y convincente, que entretiene al espectador durante sus más de dos horas. Y eso es, quizá, lo mejor del film. Sin aportar nada, sorprende al espectador y lo orienta con éxito por ese mundo de mafias y policías corruptos.
Su ritmo es vibrante y constante. Nunca parece decaer. Incluso hasta la última secuencia es esencial.
Pero, quizá, se podía esperar algo más de un Scorsese que conoce este mundo al dedillo y que podría haber sido capaz de darnos algo más, algo que hubiera definitivamente emcumbrado a los altares a esta, por otro lado, buena película.
Lo excepcional se encuentra en los actores. Leonardo Di Caprio y Matt Dilon están estupendos. Pero mis máximos halagos sólo pueden ir dirigidos a un maestro, a alguien que rebosa un talento innato que nunca va a perder: Jack Nicholson. Él se convierte en este film en El Padrino del siglo XXI. Un Don Vito Corleone absolutamente inconmensurable. Marlon Brando estaría orgulloso de su heredero. ¿Algo sobreactuado, tal como dicen muchos críticos? A mí, no me lo pareció.
En definitiva, Scorsese parece retomar el buen camino que perdió con basura tan lamentable como "Gangs of New york" o "El aviador". Scorsese ha vuelto a su mundo. Y, aunque no es excelente, el retorno ha merecido la pena.