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España España · Torredonjimeno
Voto de gomezhueso:
8
Comedia. Drama En plena Guerra Fría, el profesor Hamilton, un sabio ingenuo que creía en las bondades de la energía nuclear, al darse cuenta de su error, huye y se lleva consigo todos sus secretos. Encuentra refugio en Calabuch, un pueblo mediterráneo que a él le parece maravilloso porque la gente se limita a vivir y conserva el sentido del humor y de la amistad. (FILMAFFINITY)
10 de abril de 2013
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La trama comienza con el científico americano Hamilton, Jorge para los amigos, paseando en solitario por la playa de Peñíscola. En la escena final contempla una vista aérea del pueblo y asiste al despegue de su “último cohete”, en palabras propias, con las que concluye Calabuch (1956), de Luis García Berlanga. Entre esos dos momentos, Jorge experimenta con asombro un modo nuevo de encarar la vida, con sencillez, hermandad y generosidad. Es la lección que va a recibir de una pequeña e idílica comunidad mediterránea, en donde llega huyendo y aturdido por su papel de sabio atómico. Ya en el helicóptero, cuando lo encuentran, toma la decisión de dejar definitivamente sus investigaciones nucleares, una vez que ha comprobado que sirven para propósitos belicistas.
Calabuch es una fábula con la que Berlanga sienta las bases de lo que sería su cine posterior: sátira del militarismo, ridiculización de los poderes políticos y religiosos, protagonismo colectivo, visión crítica de los privilegiados sociales, denuncia de la hipocresía y doble moralidad, siempre con humor negro y esperpéntico…; todo plasmado sutil y amablemente, ya que la férrea censura del régimen no permitía más. La realidad que presenta el utópico enclave marinero no es, por supuesto, representativa de la vida de un pueblo de aquella dura época de posguerra, pero sí sus personajes son arquetipos fácilmente identificables (alcalde, guardia civil, sacerdote, maestra…). Berlanga los dotas de cualidades bondadosas que se imponen al oficio más o menos represor de cada uno. Calabuch no representa, pues, la realidad, sino la utopía, pero es fácilmente creíble y asumible debido a los ricos mensajes subliminales y al impresionante documento costumbrista gráfico que expone: el modo de vida de un pueblo mísero, cuyo único recurso es la pesca y el contrabando, las penurias económicas de sus habitantes, la pobreza del ambiente, la necesidad de la solidaridad para vivir, la importancia de las fiestas (boda, corrida, feria, cine), único modo de celebrar la alegría colectiva, la rudimentaria tecnología… Recorremos en blanco y negro las calles de un pueblo del siglo pasado cuya transformación ha sido tal que hoy es casi irreconocible: la costa no está despoblada, sino saturada de hoteles y urbanizaciones; el castillo, restaurado y ocupado por los turistas; las plazas, llenas de terrazas y restaurantes; las calles, pobladas de tiendas de souvenirs. La película es un valioso testimonio gráfico de cómo la especulación urbanística costera ha ahogado a pequeños enclaves históricos como Peñíscola.
Estamos ante una comedia costumbrista amable, excelentemente realizada y con un guión preciso e ingenioso, inspirado en el Neorrealismo italiano (fue una coproducción con aquel país). Los actores están soberbios: Edmund Gwenn, el protagonista, realiza uno de sus mejores papeles de su larga carrera. Precisamente fue el último, pues murió poco tiempo después. Hay dos grandes italianos: Franco Fabrizi y Valentina Cortese, ambos de lo mejor de aquella cinematografía; y un elenco de actores españoles inolvidables: Juan Calvo, José Luis Ozores, Pepe Isbert, Manuel Alexander, etc. La película fue premiada en el Festival de Venecia y constituyó el reconocimiento internacional definitivo a Luis García Berlanga.
Pero, además, Calabuch es: una cárcel sin llave, en donde se entra y se sale al antojo, un niño que orina sobre los cañones de guerra, un sabio que va a la escuela y comprueba como un paleto de pueblo resuelve un problema con los dedos antes de que él lo haga con ecuaciones, un cura tramposo, un torero de sentimiento paterno filial con el toro, una corrida en la que todos participan menos el torero, un caótico ejército romano como tropa de la Guardia Civil, unos vecinos encarados con sus palos frente a la armada norteamericana, un contrabandista que ama a la hija de un guardia civil, un farero haciendo cálculos siderales, un científico nuclear que inventa un cohete de feria y… ¡mucho más!
La enseñanza vital de Calabuch nunca pasa de moda: exaltación de la sencillez, de lo puro y natural, decidida apuesta por un mundo en paz, desmitificación de los poderes, adaptándolos al servicio de la comunidad, apuesta por la ayuda y la comprensión, son valores que necesitamos hoy más que nunca en este mundo artificioso y egoísta. Un clásico de nuestro cine y una obra maestra de Berlanga.
gomezhueso
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