Cuenta con miles de pequeñas fallas (algunas de base). Pero a los niños, a los destinatarios de esa criatura, no les importará. Porque Viaje es ingenuamente irresponsable: de tan solo verla y me quedo afuera de una magia no dirigida a mí, pobre treinteañero. Todo me parece tonto, mal elaborado: la franja de edad acá es crucial. No importa si la lógica de esa isla es nula: importan los elefantes pigmeos, el viaje alado con las abejas, los escenarios imposibles de ordenador que harán babear a los pequeños.

La peli intenta hacer guiños extraños: esos pezones reboteros no calentarán las mentes de nadie. Es más, parece un cuelgue total dentro de tonos distintos. La payada con la guitarrita encierra una buena voz y cada personaje no para de sonreir, más para la cámara que para ellos. Ahí la peli se pierde un poco: se nota la libre elección de una dirección completamente desenfadada que toma cualquier cosa como licencia creativa.

Pero todo volverá a ser como antes, como está escrito en los anales de la infancia. Quizás los personajes nos aburran, y a los pequeños también, con sus problemas familiares recitados en plan de confesión épica. Pero todo volverá a los carriles de un trencito de la alegría genuino y acartonado bajo el apadrinazgo de secretos encantos hundidos en los tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho y hasta nueve años.