Toda la peli transpira una calma dudosa, como si algo se escondiera trás los rostros impasibles y perfectamente naturales de cada uno de los actores. Sea lo que fuere que escondiese, no se resolverá jamás, porque aquí no hay concesiones para el espectador. A lo sumo dos o tres elementos simbólicos para que te agarres.

Agita el viento sólo cuando algo por dentro se agita; un perro puede aparecer y desaparecer, así como así, como las emociones humanas, como la puerta abierta de un auto que anuncia el cambio. Quizás una de las pelis con más espontaneidad actoral que he visto en mucho tiempo, resulta interesante como todo se va decantando hacia un climax de baja intensidad sin variar jamás los tonos (a veces con cierto riesgo, puesto que la peli es como un puente de principio a fin, sin desvíos, ni frenadas, ni subidas de velocidad o registro) y aún así no se pierde esa sensación de estar viendo algo común y corriente: emociones humanas al ritmo siempre peligroso de lo cotidiano.

El único elemento disonante es el fanfarrón, allí se altera el orden y dentro del mensaje conservador de la peli esto es muy notorio. Vega ha construido un bloque feroz, homogéneo y macizo. Un poco gastado, pero concreto como la piedra más sólida. Es en su ausencia de artificio, su aparente ausencia de cámara filmadora, su cámara/ojo, allí es donde ha sabido encontrar el gusto de lo más natural y cotidiano.