Si el cine se trata de transmitir emociones, tengo que decir que me llevado un gran chasco con “Suspiria”. Una película de culto de uno de los maestros del cine de terror, alabada, que a mí me ha dejado bastante frío.

Tiene muchas virtudes, eso es innegable. Lo mejor es, sin duda, la atmósfera creada: la escuela de danza tenebrosa y todo lo que acontece en ella, con unos inquilinos misteriosos, unas habitaciones y unos pasillos que parecen salidos de un cuento, con una magnífica escenografía y un uso del color magistral.
El reparto es de lujo, desde la protagonista Jessica Harper (aparece por ejemplo en “Recuerdos” 1980, de Woody Allen) o una “clásica” femme fatale como Joan Bennett (“La mujer del cuadro”,1944), Aida Valli o un jovencito Miguel Bosé, casi testimonial, que apenas sale en un par de escenas de bailarín. Destaco también las muertes que están muy trabajadas.

Pero en medio de todo esto hay una historia que se me hace tremendamente lenta, por su pausadísimo ritmo, incluso en sus diálogos, con incongruencias en el guión (la lluvia de gusanos, el “suceso” del pianista ciego), que sólo avanza a trompicones de susto o muerte, con un montaje entre transiciones a cortes, y una resolución que considero bastante simple para el misterio que rodea la trama. La música que, en un principio ayuda a crear la atmósfera, se vuelve demasiado repetitiva, rayando en lo machacón.

En su momento debió de ser un pelotazo, pero vista hoy, globalmente, ha perdido bastante.