Bodrov realiza una superproducción tan grande y colosal como desprovista de originalidad, metida de lleno en las constantes de este tipo de producciones-biopics. Tampoco da mucho al espectador ávido de conocimiento histórico que tendrá que recurrir a la biblioteca puesto que además el film acaba cuando Genghis Khan se encamina hacia el poder. Es decir, su juventud y sus primeros pasos recubiertos de sufrimiento y deseo de hacer justicia. Es todo tan pretendidamente correcto visualmente que no hay espacio al riesgo, es no obstante suficientemente entretenida como para que no pidamos la hora pero de seguro tampoco quedará como la gran película del fundador del imperio Mongol. Es más un film realizado a la cola de las nuevas formas desanimadas de las biografías épicas que aspira tanto a hacer recaudación en las taquillas que se le olvida tener más personalidad.