David Mamet sigue siendo muy inteligente y gracias a eso termina cuadrando este irregular cuadro sobre los principios, la corrupción y el cambio de los tiempos. Porque son varias las veces que "Redbelt" parece tambalearse. Primero porque durante la primera hora es en apariencia tan sólo un largometraje con personajes bien construidos, buenos diálogos (lógico viniendo de quien viene) y buen ritmo pero acontece una sensación de no saber muy bien hacia dónde camina todo o qué sentido tiene este collage tan variopinto. Y después cuando parece dar un giro hacia un tramo final convencional llega Mamet, da un quiebro y nos seduce con ese mensaje hermoso y crepuscular que acaba dando forma de apreciable film a algo que parecía disperso y sin mucho sentido. Así que uno tiene el placer de reconocer haberse sentido engañado y termina alabando a su creador. Tiene un acertadísimo e interesante reparto, empezando por Ejiofor, pasando por Emily Mortimer y Mantegna. Mamet aprovecha para cargar sus balas de paso otra vez contra la industria del cine y bajo ello se atisba otra interpretación más pareja a la de la moral de la historia, la de un autor a contracorriente, bajo sus principios que todavía cree en el poder de lo que hace. Se atreve hasta a contar con Tim Allen (sí señor, Papá Noel viene a ver a Mamet), eso sí, no durante mucho tiempo en pantalla porque nos atragantaríamos con un papel de reparto acertado en su justa medida.

P.D. Da gusto sentirse engañado y terminar boca arriba en el cuadrilátero envuelto en esa cadencia nostálgica que imprime la voz brasilera en bossa nova de Rebecca Pidgeon, esposa del jefe, actriz, cantante... durante los créditos finales. Um prazer.