Está claro que Daniel Sánchez Arévalo escribió un guión con las ideas muy claras sobre las imágenes que iban a plasmar la historia en la pantalla, y así consiguió una buena película de lo que era un buen guión. Por regla general, cuando el director es el guionista, o interviene en la elaboración del guión, es más fácil realizar una película. No es una historia complicada para contar pero es la forma en la que la cuenta lo que hace de esta película algo especial. La planificación está muy cuidada y utiliza ciertos recursos que al verlos plasmados en las imágenes hacen que te sientas un espectador considerado por el director. Utilizar una columna, un trozo de pared, el travesaño de una ventana, etc. para dividir la imagen le da otro tono a la película y la saca de la vulgaridad a la que estamos acostumbrados en el cine español. Los desdoblamientos de imagen están perfectamente utilizados y le dan un toque de “qualité” nada cursi porque solo se utiliza para reforzar la escena, no para que se diga: “que bonito”. Las interpretaciones son muy, sobrias pero muy convincentes, destacando las de Raúl Arévalo y Antonio de la Torre. La música está y suena en el momento oportuno, y para nada oscurece el diálogo o los sonidos. Un pero quizás: al hablar en un tono muy intimista se pierde parte del diálogo o el espectador tiene que hacer un gran esfuerzo.