Capítulo autoconclusivo de la feroz Black Mirror, que marca un ponto de inflexión en uno de los mejores retratos del tejido conjuntivo social basado en el consumo compulsivo, la autocompasión y el control.

La historia es simple: en un, no muy distante y distópico futuro, los habitantes viven bajo el control de la cultura de masas, (establishment) semejante a un Gran Hermano que todo lo domina y atiborra de realities insulsos, similar a soma, la droga que aletargaba y dotaba de "vacaciones emocionales" a la sociedad de alienados que conformaban la obra "A Brave New World" de Aldous Huxley. Los ciudadanos son entes que pedalean y pedalean en bicicletas estáticas y malviven en cubiles deshumanizados y asépticos. Entretanto, Bing, el personaje principal, vive una apática realidad solamente perturbada por la llegada de una nueva compañera de gimnasio. Nuestro entrañable protagonista simboliza la rebelión, como si encarnara a Damón y Fíntias frente al implacable rey Dionisio I: las ilusiones reales, (el amor de Bing por Abi o el propio deseo de Abi por convertirse en una cantante famosa) generan una perturbación inaceptable en el sistema que se retroalimenta de la banalidad para idiotizar a los telespectadores. Por tanto, ni el amor de Bing por Abi es aceptable ni por supuesto el genuino talento artístico de Abi está permitido a ojos del Gran Hermano encarnado por el concurso de telerealidad llamado Hot Shot. Los destinos cruzados de Abi y Bing puede resumirse en aquello que decía Gordon Gekko:
"La ilusión se ha vuelto realidad, y cuanto más real se vuelve, con mas desesperación se desea"

Por tanto, a pesar de su brevedad y formato, tanto el trasfondo, mensaje como realización pueden considerarse un acontecimiento ineludible para cualquier amante de las distopías y el cine contestatario.