Tampoco es cuestión de exagerar... De esta película me han gustado dos cosas: en primer lugar la ambientación (y la fotografía) y en segundo que a Lincoln lo hayan doblado con la voz de mi- a ratos- admirado Aleix Vidal-Quadras. Por lo demás, entre cabezada y cabezada lo llevé bastante bien durante las dos horas y media que dura la película. Supongo que lo que ocurre es que hemos llegado ya a tal grado de colonización que nos tragamos la mitología patriótica americana como si tal cosa. Películas en clave puramente local como ésta, deberían despertar el mismo interés fuera de los Estados Unidos que, por ejemplo, un documental sobre la Transición Española en USA (¡y aquí!). A mí, la verdad, no me interesó demasiado nada de lo que vi: básicamente, las mil y una triquiñuelas legales empleadas para hacer aprobar la decimotercera enmienda, que abolía la esclavitud. Supongo que porque ya me resbala toda la fanfarria fundacional americana, Padres Fundadores incluidos.
Además, el Lincoln de esta película, por lo que sé, tiene poco que ver con el Lincoln real, de la misma manera que los verdaderos motivos para abolir la esclavitud no tuvieron seguramente nada que ver con la retórica humanitaria con que nos aporrean en esta cinta de vez en cuando. El director intenta humanizar al personaje mostrándonos su faceta más tramposa, pero está lejos de conseguirlo. El Lincoln de esta película sigue pareciéndonos una especie de santo laico, que desciende de vez en cuando al nivel del común de los mortales para contar chistes sin gracia, soltar frases para la historia y mirar al infinito. Puro cartón piedra, sólo que del más caro.