La película es una verdadera obra maestra, aunque no bien valorada por una parte de la crítica. El cine dentro del cine sirve de arranque para toda una serie de vicisiudes derivadas, que suceden como una "nouvelle vague". El atrevimiento y la admitida "pretenciosidad" del blanco y negro (según su propio autor, en boca de uno de sus personajes), están sobradamente justificados. Cada cuadro es una foto de exposición. El trabajo de los actores, impresionante. Destaca Kenneth Branagh, siempre acertado tanto si se trata de comedia o de drama. Los diálogos chispeantes, con su sutil y penetrante ironía, no esconden del todo cierta filosofía vitalista que se infiltra entre las diversas situaciones cómicas, donde se copian los ticks del propio Woody Allen. Incluso aparece el mismísimo Donald Trump caricaturizándose a sí mismo. A parte de todo esto, el autor maneja las líneas de tiempo como nadie. Los saltos al pasado y al futuro, administrados genialmente, constituyen uno de los sellos identificativos de su estilo.