Cuando el argumento de una película esta puesto al servicio de sus actores suele ser una mala señal. Si encima los protagonistas son estrellas y ambos ganadores de un Oscar, la tendencia es aún peor: suelen estar hechas para el lucimiento de éstos y la gente, si con el tiempo las recuerda, es más por ellos que por la película en sí misma. Por tanto, mala noticia.
Pues con “El becario” esas pautas se cumplen y a pesar de ello, sale relativamente airosa. El peso recae claramente sobre dos colosales actores como Robert De Niro y Anne Hathaway, no hay duda, si bien todo se desarrolla con cierta gracia y encanto, independientemente de quienes figuren en los títulos de crédito.
Siendo consecuentes con el trailer, la verdad que de la manera en la que se vende o promociona, deja una sensación, a la postre contradictoria, de tratarse de una comedia en toda la extensión de la palabra. Luego, uno la ve y no es que racaneé con el humor, es que también tiene un espacio para el drama, que no es lo mismo. Y en ese inevitable espacio en el que cae, casi naufraga y se convierte en una vulgar reproducción sentimentaloide con ínfulas de telefilm. Tras la fachada de exitosa chica de negocios, no puede sucumbir a la tentación de que sea el motivo de desatender su vida familiar y ser la causa parcial de eliminar cualquier rastro de comedia ligera que hubiera hasta entonces, y pasar a darle más privilegio al uso del lacrimal por pena que por risa -tampoco es que la gracia sea para eso-. Menos mal, que la actitud paternalista de De Niro actúa para lo bueno y para lo malo, y es un poco el bálsamo para no convertirse en una penitencia. Sería una pena ante la adorable Hathaway.