Por los pelos no es ésta la peor película del cine apocalíptico, ya que 28 semanas después dejó el listón muy bajo. Tan bajo que incluso La Fuga de Logan o El Día de Mañana resultan interesantes. No ocurre sin embargo con ésta, que por muy mala que fuesen el resto de películas de nuestro frágil planeta, no conseguiría despertar la más mínima emoción en un habitante terrestre.

Diversas razones avalan este criterio. Para empezar, el dinero. Este género requiere presupuestos altos, como los de Soy Leyenda, o en su defecto, unos recursos que puedan paliar su ausencia, como por ejemplo, una deslumbrante imaginación. Es evidente que guionista y director no pueden presumir de lo segundo, y espero que tampoco de lo primero, porque si no, me gustaría saber en qué han despilfarrado los dólares, ya que ni Ruffalo, ni Glover, ni el resto de la tropa, son megaestrellas de las que permanecen día y noche en el candelabro. El gasto sólo podría explicarse si hubiesen pagado un dólar por peca a Julianne Moore. Y es que tres cuartas partes del metraje transcurren dentro de un hospital y sin efectos especiales.

Sí, esto es denunciable, porque la principal característica de este género es su potencia visual, esa que ofrece un mundo devastado, abandonado, descontrolado… y sin esas imágenes, no se puede presumir de estética bíblica. Evidentemente la película no está obligada a pertenecer a él, pero es que sus intenciones así lo reclaman, y por tanto debe ser sacado a la luz semejante engaño.

Digo engaño, porque Meirelles trata de metérnosla doblada con una historia secundaria de víctimas y tiranos que se aleja del objetivo principal, cambiando la denuncia inicial por otra bastante trillada ya y mucho más fácil de realizar, por el simple hecho de ahorrar esfuerzos neuronales y pasta gansa. Pero aquí la plebe ya no nos chupamos el dedo. Al menos no tanto, y en nuestra escasa exigencia queda cabida para una pequeña petición: ritmo y agilidad. Y damas y caballeros, este 75% de cinta es un tostón de campeonato. En La Niebla, dentro del supermercado, se puede palpar la tragedia del exterior y además se lo pasa uno teta con los bichitos.

Tampoco está obligado ningún autor a dar explicaciones de los acontecimientos de su historia, pero hay que decir que se agradecen. Y más en este género, donde la gracia radica muchas veces en cuán suculenta e ingeniosa es la fuente de la catástrofe humana. No hace falta sentenciar, se puede sugerir alguna hipótesis en boca de algún personaje, o alguna teoría sin confirmar. Es decir: un pequeño empujón para que el espectador le de vueltas a la posibilidad real. Eso entretiene y debería ser obligatorio, por que si no, puede crear precedente, y dar validez a cualquier desgracia sin necesidad de justificación. Y eso no mola nada. A estas alturas no pedimos una explicación tan redonda como la de El Planeta de los Simios, nos conformamos con una vulgar excusa como la que Shymalan expone en El Incidente.