Wayne Dobie (De Niro) es un policía que anda por la cincuentena con la crisis correspondiente. Es el bueno.
Resuelve una situación comprometida con eficiencia y sin tiros, pero no termina de estar contento. Su vida es plana en todos los aspectos. Le gusta la fotografía y solo retrata muertos, atisba por la ventaja el sexo de una joven pareja como un vulgar mirón pero rechaza las ofertas de una vecina entrada también en años. Viste ropa de saldillo, el tiempo libro lo pasa frente al televisor. Patético, vamos.
Todo cambia cuando salva la vida a un atildado y curioso mafioso, Frank Milo (Murray), el malo, una fábrica de chistes horrorosos y auténtica "Tienda de dinero" que le agradece el detalle "prestándole" durante una semana a una de sus chicas, Glory (Thurman), la guapa.
Y aquí está el arranque del cambio que va a experimentar Wayne. Con timidez, dudando al principio, "No soy un héroe, no soy un guerrero", poco a poco se van aclarando las cosas en la mente del fotógrafo que, por fin, sabe lo que quiere y a quien quiere. Aunque deba enfrentarse a "Matonilandia".
La historia no es gran cosa, ni el guion, pero la realización nos ofrece unos personajes interesantes. Tal vez fuera de los roles habituales donde los tenemos encasillados. Pero están bien, con actores que muestran una versatilidad interpretativa que hay que destacar.
Sobre todo un magnífico De Niro que con apenas el rostro y unos pocos gestos compone un policía corriente y vulgar, del montón.
No esperen muchas risas, pero es una cinta interesante