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España España · Madrid
Voto de Hernando:
8
Drama Georges y Anne, dos ancianos de ochenta años, son profesores de música clásica jubilados que viven en París. Su hija, que también se dedica a la música, vive en Londres con su marido. Cuando, un día, Anne sufre un infarto que le paraliza un costado, el amor que ha unido a la pareja durante tantos años se verá puesto a prueba. (FILMAFFINITY)
15 de enero de 2013
13 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando un director tiene 30 años –dice Haneke en una entrevista- habla del amor que nace; cuando se tienen 70, del amor que acaba. Esto es saber madurar como director.

Michel Haneke tiene 70 años, y está dispuesto a adentrarse en un tema tabú para occidente: la vejez y las enfermedades degenerativas. El director austriaco muestra cómo el amor de una pareja de ancianos debe lidiar en soledad contra el fin de la vida sin perder la dignidad por el camino. No es casualidad que el tema sea tabú, toca muchas fibras sensibles.

Ante esta situación, para sacar a coalición un problema del que una envejecida Europa no quiere saber nada, la mejor opción es apostar por la sinceridad. Y demonios si lo consigue. Trato de hacer memoria pero no recuerdo un solo drama tan honesto, tan sincero como este.


En aras de la sinceridad, en “Amour”, forma y fondo son indivisibles. Cada plano aislado, cada imagen, es una propuesta estética engarzada en el pensamiento del autor y del filme. Haneke se ha deshecho de todo artificio. Con una mirada minimalista y sin salir del hogar de los dos ancianos, muestra el drama mediante hermosas miradas, capaces de reflejar el amor de los protagonistas y la rabia ante la enfermedad; silencios, tan expresivos o más que los formidables diálogos; movimientos de manos, a veces caricias, otras bofetadas, unas veces temblorosas, otras retorcidas; y el lento caminar de los ancianos. Fabuloso el pesado y a menudo preocupado andar de Jean-Louis Trintignant, quien da vida –y nunca fue más acertada la expresión- al personaje principal, aquel en cuyo dolor y progresión se centrará ante toda la película sin regodearse jamás en el sufrimiento.

En la estética propuesta por Haneke, la cámara apenas se mueve y si lo hace será con suavidad, como el sosegado montaje. Los largos plano secuencia –a menudo estáticos- logran un ritmo suave, lento pero constante, contemplativo, reflexivo y envolvente. El resultado, una parsimonia en la que el tiempo se suspende –aunque la enfermedad avanza deprisa-, capaz de introducirnos en la rutina de los ancianos, en sus vidas. Es así, con una sencillez meditada hasta el extremo, como desaparece todo artificio técnico, y la cámara deja de serlo para convertirse en una ventana desde la que contemplar una historia real. Real y sincera.

Haneke logra un intimismo honesto que no necesita mecanismos melodramáticos y lacrimógenos, es más, parece negar todo atisbo de emoción con una aparente frialdad formal causa del distanciamiento que caracteriza su estilo –a excepción tal vez de la galardonada “La Cinta Blanca” (Michael Haneke, 2009)-. No habrá banda sonora para remarcar e indicar al espectador cómo, cuándo y qué ha de sentir mediante penosas melodías que violen su llanto; no habrá primeros planos dirigidos directos al corazón, sino que serán escasos y absolutamente naturales, regidos tan solo por la fluidez de la historia. Y aun así, la emoción fluye por sí misma, por la violencia de la situación. Por el dolor de los protagonistas, de ambos; por la lucha por mantener la dignidad y la identidad, por ser fiel a la persona amada aun en los últimos momentos, por la vida que se apaga entre charcos incontinentes. La imagen, la sosegada puesta en escena, los silencios, las miradas, las manos, la banda de ruidos, la música exclusivamente intradiegética, las omnipresentes presencia de agua, y la entrada de una paloma son recursos expresivos más que suficientes para mostrar con maestría toda la profundidad y complejidad del tema tratado. No olvidemos que puede que visual o socialmente “Amour” sea menos ambiciosa que su anterior trabajo, pero no por ello menos compleja.


Puede que a muchos desagrade esta propuesta del director, ya sea por el tema o por el trato recibido. Puede parecer excesivamente sobrio, aunque nunca frío. Puede que haya quien esperase más intensidad, quien creyera que la nueva película del director de “Funny Games” (Michael Haneke, 1997) dolería más, sería más impactante (aún). Algunos, en especial aquellos que acuden motivados por su anterior palma de oro, tal vez se esperaran un producto más “cinematográfico”. Y no les falta razón, pero es que “Amour”, en cierto modo, no es cine, es la realidad. Y duele. Duele ver la degradación de la persona amada, la evaporación de su orgullo y dignidad, la prolongación de una existencia y sufrimiento impuesto; ver una desesperada luz en los ojos ante la impotencia del cuerpo. Duele en el alma, ver como la persona a quien amas es tratada como un objeto, cómo su propio cuerpo y el entorno la deshumaniza. Duele hasta la desesperación verse en la tesitura de atraparla con una sábana para poder liberarla al fin.

Decía Hemingway que nadie puede escribir mal si siente y escribe con sinceridad acerca de las cosas que desea decir. “Amour”, de Michael Haneke es una muy buena película. Lo digo con total honestidad.
Hernando
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