Al borde de la genialidad y de la mediocridad, 'Garden State' es una película que juega a ser un funambulista en la cuerda floja. Sin embargo su resultado final es perdurable no en el sentido de ser una película genial ni definitiva, sino como reflejo de una generación, de un estado de ánimo social. Es de esas películas extrañas y ajenas al bullicio que son recordadas por su significado más que por su calidad.

La película no es mala, en absoluto, pero sí irregular. Busca profundizar en los sentimientos y sin embargo lo que consigue es ser un interesante reflejo tragicómico del desapego de la sociedad a los veintitantos, vidas y almas perdidas llenas de frustración contenida y a la deriva.

Y en eso 'Garden State' sí da en el clavo. Desde el atormentado (y algo pánfilo) protagonista Andrew (Zach Braff) que vuelve desde Los Ángeles a su pueblo para el entierro de su madre, hasta su grupito de viejos amigos de infancia, a cada cual más colgado, y evidentemente a la extraña chica que acaba de conocer en la consulta del neurólogo, Sam (Natalie Portman).

El film navega sin embarcar en ningún sitio, con una trama que en ningún momento da la sensación de resolver nada, sino de dar piruetas y más piruetas, unas más acertadas que otras, como un cuadro pintado a brochazos cuyo resultado final es encomiable y posiblemente se guarde en un museo. Pero no por ello es el cuadro mejor pintado del pasillo.

Llena al espectador, es entretenida y a los que hoy tenemos la edad de los protagonistas, nos sentimos identificados. Zach Braff no hace una gran actuación, sin embargo tiene pulso para la dirección y rueda de forma interesante. También es suyo el guión, lo cuál es mucho más meritorio. Logra un ritmo narrativo un tanto desigual, pero apropiado en conjunto. Mientras, Natalie Portman se come al resto del reparto y repite, ya adulta, con una película generacional como ya hiciera en la magnífica (y más brillante) 'Beautiful Girls' siendo una adolescente.

El último punto que me gustaría destacar de 'Garden State' es su humor. Creo sinceramente que Zach Braff si quisiera podría ser un gran guionista cómico. La atmósfera triste y nostálgica de la película no evita que haya muchos apuntes de humor, la mayoría de gran inspiración e inteligencia.

Lo peor, el ser un film sin rumbo concreto en lo que nos cuenta, con un guión genial para unas cosas pero impostado para otras, en el que los supuestos sentimientos profundos que estamos viendo no traspasan la pantalla por ser excesivamente premeditados.

Lo mejor, su significado de fondo, su reflexión, su humor, que lo inunda todo pese al aire melancólico de la cinta. La selección musical. Y por supuesto Natalie Portman.

Me sigue sorprendiendo que tantos años después y con el cierto éxito de crítica que tuvo esta película, Zach Braff no haya querido volver a asomarse a la dirección cinematográfica. Y es una pena, porque tiene verdadero talento cuyas imperfecciones se podrían pulir sin dificultad.