Hace cinco o seis años, durante el boom de la telebasura y los reality shows, la historia narrada en “El club de los incomprendidos” hubiera dado para una serie de televisión de relativo éxito entre el publico adolescente. Durante los años noventa y primeros dosmiles habría sido un film de éxito y reconocimiento, seguramente con el sello de Fernando León de Aranoa o el de Antonio Mercero, y con la rebeldía adolescente de la época como rompedor trasfondo. Pero por desgracia hoy en día, lo narrado en “El club de los incomprendidos”, solo da para una película que resulta desfasada de principio a fin, y lo resulta porque sus artífices han cogido un subgénero en clara decadencia y ni se han molestado en actualizarlo mínimamente. Actualmente creo que el amor no es el primer problema en la mente de un adolescente medio, ni siquiera el segundo, con lo que se puede decir que “El club de los incomprendidos” es una cinta que llega varios años tarde y que solo provocará sonrojo y estupefacción.
“El club de los incomprendidos” es la versión española de las historias made in Federico Moccia, pero con la novedad de meter un instituto de por medio. El film de Carlos Sedes, basado en la novela “¡Buenos días, princesa!” de Blue Jeans, se plantea como terapia de grupo para varios adolescentes con problemas diversos que van desde el bullying hasta la búsqueda de la identidad, pasando por los traumas familiares. Pero eso solo es la excusa usada durante el primer acto para encubrir una cinta que trata, única y exclusivamente, sobre ese trascendente problema que es el amor. En ese tira y afloja nos pasamos hora y media larga hasta que en el tercer acto, y de forma absolutamente calculada y manipuladora, vuelven a aflorar esos problemas realmente relevantes del principio. Pero ya es demasiado tarde para el perdón chicos, el mal ya está hecho.
“El club de los incomprendidos” es un film absolutamente vacío, decididamente vacío. Podría haber sido otra cosa si se hubiera fijado más en los dilemas de la actualidad y no tanto en los del siglo pasado, pero los guionistas han preferido ir por el camino fácil. La película es tan inofensiva como la retáhila de secundarios de peso que se pasean por el film con la única función de atraer al público adulto.
En fin, si se atreven con “El club de los incomprendidos”, les recomiendo que se aten bien el cinturón ya que es muy difícil salir indemne de semejante “experiencia”. La única finalidad del film es servir como leve entrenamiento para esos jóvenes actores que tienen que ser el futuro de nuestro cine.