Cada vez tengo una cosa más clara. Netflix vale más por esas pequeñas cintas que surgen en la plataforma casi sin avisar y por sorpresa que por esos grandes productos anunciados a bombo y platillo meses antes. Esa máxima está a un paso de aprobarse como ley no escrita.
“Calibre” es el último ejemplo de lo anterior. Buen thriller rural british, casi como una cinta de sectas pero sin sectas, el que se marca aquí el debutante Matt Palmer. Sobria cinta a medio camino entre “Perros de paja” (Sam Peckinpah, 1971) y “El hombre de mimbre” (Robin Hardy, 1973), sin demasiadas florituras pero la mar de efectiva, y de suave cocción sin prisa pero sin pausa. Un par de amigos deciden irse a pasar unos días de caza a un apartada zona escocesa. Pero un fortuito e inesperado suceso, que les implica directamente, les envolverá en una sólida y opresiva atmósfera de tensión e intriga. El reverso tenebroso del ser humano aflorando en un marco en el que, por desgracia, es lo único que impera.
“Calibre” te atrapa con fuerza una vez cerrado su breve primer acto, y ya no te suelta. Los acontecimientos se van sucediendo y te vas metiendo en el fango al mismo tiempo que se meten sus dos protagonistas. Y a partir de ahí el in crescendo de presión no se detiene. Es cierto que le puede faltar algo de ritmo a la película, y también es cierto que el trazo de los personajes es bastante genérico y grueso, pero a pesar de ello el producto se disfruta.
Técnicamente “Calibre” no posee demasiadas cosas que llamen la atención. La cinta se sobrepone sin problemas a un reparto de poco renombre y a una realización sin excesivos alardes. El escenario es un personaje más, aunque ni la fotografía ni el diseño de producción ni la banda sonora resaltan.
En definitiva, “Calibre” es un pequeño pero buen thriller. Por ello también me ha recordado a “Coche policial” (Jon Watts, 2015), otro más que agradecido film que se movía en parecidas arenas.