Después de una segunda parte en la que se bajó el nivel, a pesar de que finalizó con una conclusión de infarto, se cierra la trilogía de forma digna. Comienza resolviendo o al menos dando pistas sobre las preguntas y misterios que quedaron pendientes, pero sobre todo empieza sorprendiendo. Ello facilita que se aumente el interés del espectador desde el primer momento. El desarrollo del film está bien ejecutado porque da tiempo a que se expliquen muchas cosas y a observar y comprobar la evolución de Lisbeth tras las vivencias, experiencias y desventuras durante la saga. La intriga prosigue circunscribiéndose a la investigación y lucha de la protagonista por demostrar su inocencia. Otro aspecto positivo es, una vez más, su bella fotografía que desafía a la propia naturaleza de la obra que es la de un producto pensado para televisión que a última hora se lanzó al cine (esta película y la secuela anterior).

El problema que se le puede ver a esta obra es que le nota que toma interés por ir explicando lo que no se ha hecho en las anteriores (como en las escenas del juicio), por lo que mucha gente puede decepcionarse por su lento transcurso. Y además teniendo en cuenta que el metraje alcanza las dos horas y media. Sin embargo, es la parte más fundamental de la producción y su montaje y diálogos se han cuidado especialmente a pesar (lógicamente) de no poder reproducir todo lo que se declara en la novela. Es por tanto una parte diferente de las anteriores que se centraban en el drama que tenía que sufrir Lisbeth. Ahora le llega la oportunidad de decir la verdad, encontrar la que desconoce y reivindicarse. Y se cierra con un gran final.