Sin embargo, toda correspondencia con una idea de la realidad está muy diluida. Cuándo más progresa el thriller hacia una suerte de acorralamiento inevitable, más lejana y comprometida se siente la verosimilitud del relato. Este juego de espejos, entre ficción y veracidad, acaba concluyendo con la conspiración, el enemigo invisible que acaba ganando la cordura de las narraciones.

Pero a la vez, deja el terreno minado de pistas que resuenan con fuerza con la realidad conocida de la trama Gürtel, ya sea, los pen drives o la foto en el yate. Hechos que pueden convertirse prácticamente en clichés de la corrupción.

Además se toma muchas molestias en dejar clara la trama, está condescendencia con el espectador, que suena a "créetelo, esto es real y tu eres un estúpido para permitirlo", no me convence. Por lo general, prefiero que me traten como un ciudadano crítico y capaz de entender una trama un poco compleja, que además está levemente inspirada con un caso real. Y esto es un problema. Más quisiera que los poderes públicos y los medios de comunicación actuaran en la realidad como lo hacen en esta ficción.

Quizá es culpa mía, pero el compromiso con la denuncia de una realidad incomoda, la encuentro poco clara. Por el contrario, gana la caricatura, la idea preconcebida, el thriller efectista, aunque esté perfectamente desarrollado y funcione con la precisión de un reloj suizo.