Siempre he considerado el cine de David O. Russell excesivamente sobrio, pero no me cabe la menor duda que tras sus intenciones hay muchas ganas de hacer buenas películas, de esas que trascienden por encima de la media.
Lástima que en esta ocasión al guión le falte un poco encontrar el norte, está mal canalizado, le hace falta una nueva (o más de una) reescritura.
Pocos directores pueden anhelar un reparto como el que maneja, un auténtico dream team de los mejores actores del momento. Pero claro, si el guión no está a la altura, este aspecto se convierte en una mera funcionalidad de cara a la taquilla.
La película tarda en encarrilarse, y cuando lo hace se sale constantemente de la senda, y se pierde en muchos momentos accesorios.
No dudo que la mayor parte de las peripecias que se ven en las escenas estén destinadas a enriquecer a los personajes, pero el querer jugar a Martin Scorsese no le ha funcionado, y más ahora cuando tenemos todavía en la cartelera ese clásico instantáneo titulado “El lobo de Wall Street”.
Muchos verán en ella un fiel reflejo de lo que ocurre en la actualidad, donde la crisis se agudiza por la presencia de la corrupción entre nuestros políticos. Y otros verán una metáfora de la caída del sueño americano más profundo.
Todo ello impecablemente ambientado, con un vestuario de categoría aunque con algún exceso en lo relativo a la peluquería. Pero claro, los años setenta es lo que tienen, Amy Adams y Bradley Cooper parecen haber salido de la pista de disco de “Fiebre del Sábado Noche” en más de una ocasión.
En conclusión un título con escenas que te quedan para el recuerdo, pero con un conjunto débil que es más que superado por cualquier episodio de la serie “White Collar”.
Y un toque de atención para Santiago Segura, si algún día hacen el remake americano de “Torrente” yo no dudaría de quien podría protagonizarlo.