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Voto de FEnrique:
7
6,4
3.832
Drama
Viena, 1957. Una mujer judía, esposa de un director de orquesta, reconoce en el portero del hotel en el que se aloja al oficial nazi que, en un campo de concentración, la había utilizado como objeto sexual en una tortuosa relación sadomasoquista. (FILMAFFINITY)
12 de junio de 2023
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dirk Bogarde y su dolor eterno y el cuerpo castigado de quien habría de ser el objeto disperso de mi fantasía en mi adolescencia que flirteaba con una pedantería insoportable entre Kafka, muchas masturbaciones en silencio brindando por Charlotte Rampling, Pérez Galdós y el hereje del católico Morris West. Lo demás es pura petulancia y decadencia inane, a pesar de la gravedad infinita del asunto que intenta desentrañar.
Sobrevalorada es poco, pero hay un gigante que se juega la vida en cada golpe, en cada contemplación del cuerpo mutilado de su gustosa, masoquista y enamorada esclava. Es necesario que la veamos por ello, al menos 7 veces. Sus pezones decadentes valen un imperio.
Sobrevalorada es poco, pero hay un gigante que se juega la vida en cada golpe, en cada contemplación del cuerpo mutilado de su gustosa, masoquista y enamorada esclava. Es necesario que la veamos por ello, al menos 7 veces. Sus pezones decadentes valen un imperio.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
En ocasiones la melancolía llega a ser una enfermedad incurable. Hay quien llama a Leonard Cohen deprimido, sin ir más lejos alguien muy cercano a mí. Pero la verdad es que a mí sigue gustándome más Leonard Cohen que Bob Dylan, casi desde que escuché con 15 años su "You know who I am" en una compilación de CBS titulada "Llena tu cabeza de rock" que nunca sabré si sigo teniendo en algún sótano o alguna mudanza o tal vez una inundación se la llevó por delante...
(Enrique Sanmol)
Desconozco la consideración literaria de Brassens o Brel en Francia o la de Bob Dylan y Leonard Cohen en la América anglosajona en estos días, solo el tiempo nos podrá decir donde estarán sus poemas cuando les quiten la música y tengan que danzar sin acompañamiento ni luces de candilejas.
Yo no podré verlo casi con toda seguridad porque estaré discutiendo con Plutón; la poesía ha sido expulsada a un lugar donde no existe la sonrisa, pero no me cabe la menor duda de que ellos estarán ahí en lo alto cuando transcurra el tiempo y se hable del nuestro porque no solo escribieron con una calidad arrolladora sino que supieron extraer muchas de las contradicciones intemporales del ser humano y las supieron encajar con emoción y acierto en la época que les tocó vivir.
Centrándonos en Cohen podemos observar que siempre se puso serio cuando trataba con la palabra y la música y el misterio de su combinación, que en la genial y escalofriante variación del "Pequeño vals vienés" de Lorca (Take this Waltz – Toma este waltz) tuvo un amago de depresión profunda, y es un poema maravilloso que merecía la pena que se intentara transmitir a los muchachos nuevos y, al menos en español, lleno de una intrínseca musicalidad. Hace ya mucho tiempo que descubrí que el arte no es entretenimiento, aunque lo pueda tener, y que la poesía tiene muchos caminos, que este poeta es imprescindible porque encontró el suyo mirándose hacia dentro como un pájaro que se arrastra en los cables, como un borracho sereno que ha olvidado su nombre en un tugurio portuario de una isla asustada que es la mía y llora su soledad en las noches de levante y de zozobra.
Si yo hubiera pensado un poco más probablemente no habría escrito ningún poema, me habría acordado de mi propia intrascendencia, me habría puesto melancólico acuciado por los años que llevaba esperando un momento como ése; estar a pocos metros de uno de los ídolos de mi lejana juventud y tocarlo con la mirada. Recuerdo que empecé este poema en el tren el día anterior al concierto. Simplemente quise reflejar mi asombro y mi agradecimiento ante el encuentro con uno de esos mitos que se mantienen a pesar de la inconsistencia afectiva de un período precipitado a devorar a los ídolos y sepultar su recuerdo, insistí en su poesía porque en ella encontré la esencia de un hombre que había vivido intensamente la verdad y la mentira, que llevaba continuamente puesto un sombrero gris para evitar que se le viera el cabello canoso y ya escaso.
Quedé sorprendido por la duración del concierto y por cómo se condujo sobre el escenario en algunas canciones, aún lo veo agradecido a un país que le transmitía hermosas vibraciones y tragedias; español era aquel artista callejero que le enseñó una nueva forma de abrazar la guitarra y el poeta que le había obsesionado hasta el punto de ponerle a su hija como nombre su apellido. No podré nunca olvidar que se arrodillara al cantar “Hallelujah”, allí, con setenta y ocho años y un pasado que no podría abandonar nunca aunque lo había intentado, aunque tuvo que volver a la carretera y los estudios arruinado por su representante, consejera y, quizás, amante.
(Enrique Sanmol)
Desconozco la consideración literaria de Brassens o Brel en Francia o la de Bob Dylan y Leonard Cohen en la América anglosajona en estos días, solo el tiempo nos podrá decir donde estarán sus poemas cuando les quiten la música y tengan que danzar sin acompañamiento ni luces de candilejas.
Yo no podré verlo casi con toda seguridad porque estaré discutiendo con Plutón; la poesía ha sido expulsada a un lugar donde no existe la sonrisa, pero no me cabe la menor duda de que ellos estarán ahí en lo alto cuando transcurra el tiempo y se hable del nuestro porque no solo escribieron con una calidad arrolladora sino que supieron extraer muchas de las contradicciones intemporales del ser humano y las supieron encajar con emoción y acierto en la época que les tocó vivir.
Centrándonos en Cohen podemos observar que siempre se puso serio cuando trataba con la palabra y la música y el misterio de su combinación, que en la genial y escalofriante variación del "Pequeño vals vienés" de Lorca (Take this Waltz – Toma este waltz) tuvo un amago de depresión profunda, y es un poema maravilloso que merecía la pena que se intentara transmitir a los muchachos nuevos y, al menos en español, lleno de una intrínseca musicalidad. Hace ya mucho tiempo que descubrí que el arte no es entretenimiento, aunque lo pueda tener, y que la poesía tiene muchos caminos, que este poeta es imprescindible porque encontró el suyo mirándose hacia dentro como un pájaro que se arrastra en los cables, como un borracho sereno que ha olvidado su nombre en un tugurio portuario de una isla asustada que es la mía y llora su soledad en las noches de levante y de zozobra.
Si yo hubiera pensado un poco más probablemente no habría escrito ningún poema, me habría acordado de mi propia intrascendencia, me habría puesto melancólico acuciado por los años que llevaba esperando un momento como ése; estar a pocos metros de uno de los ídolos de mi lejana juventud y tocarlo con la mirada. Recuerdo que empecé este poema en el tren el día anterior al concierto. Simplemente quise reflejar mi asombro y mi agradecimiento ante el encuentro con uno de esos mitos que se mantienen a pesar de la inconsistencia afectiva de un período precipitado a devorar a los ídolos y sepultar su recuerdo, insistí en su poesía porque en ella encontré la esencia de un hombre que había vivido intensamente la verdad y la mentira, que llevaba continuamente puesto un sombrero gris para evitar que se le viera el cabello canoso y ya escaso.
Quedé sorprendido por la duración del concierto y por cómo se condujo sobre el escenario en algunas canciones, aún lo veo agradecido a un país que le transmitía hermosas vibraciones y tragedias; español era aquel artista callejero que le enseñó una nueva forma de abrazar la guitarra y el poeta que le había obsesionado hasta el punto de ponerle a su hija como nombre su apellido. No podré nunca olvidar que se arrodillara al cantar “Hallelujah”, allí, con setenta y ocho años y un pasado que no podría abandonar nunca aunque lo había intentado, aunque tuvo que volver a la carretera y los estudios arruinado por su representante, consejera y, quizás, amante.