No es fácil señalar, dentro de la filmografía de David Lynch, un punto que recorra de forma más exhaustiva, concisa y certera tantos clichés de la cultura popular estadounidense que el director ama sin concesiones. No falta ni un solo tópico: relatos de pasiones y celos que concilian el espíritu de las road-movies y el thriller criminal de serie B, una rúbrica hortera, desacomplejada y divinamente kitsch de soap opera con una viuda despechada, criaturas decadentes, cardados imposibles y un desatado Nicolas Cage, tan capaz de versionar a Elvis Presley como de asestar golpes de karate durante un concierto de heavy metal si alguien se atreve a mirar mal a su chica Lula (Laura Dern), o bien recibiendo consejos proféticos de Sheryl Lee -alias Laura Palmer- transformada en la Bruja Buena del Mago de Oz. Es decir, un día normal en la vida de Nic Cage.
El resto es marca de la casa en el imaginario Lynchiano, con la habitual caterva de secundarios y freaks estrafalarios, escenarios oníricos e incomprensibles, homenajes a la música tradicional americana -aquí con especial atención al Rock 'n' Roll clásico y, por supuesto, con el refuerzo sonoro de Angelo Badalamenti- mas algunos de los nombres fijos en su nómina actoral: Laura Dern, Isabella Rossellini, Harry Dean Stanton, J. E. Freeman, Jack Nance, Sherilyn Fenn o David Patrick Kelly. Insisto en que hay pocas obras de Lynch que obedezcan tan claramente a un patrón, unas formas y una estética tan adscritas a una forma de entender el cine.
Puro Lynch. Puro Nic Cage. Puramente americano.