Esta es una de esas películas a las que uno ya se adentra sabiendo de memoria todo lo que se va a encontrar, disposición que sin embargo no impide que la película encuentre su lugar, conectando con el espectador y consiguiendo hacer ver como novedosas las fórmulas de toda la vida. Y es que hay ciertas historias que no necesitan innovar, porque son imperecederas y universales, todos las necesitamos y agradecemos de vez en cuando. Y es ahí donde reside la gran baza de este largometraje, en su sencillez, autenticidad y falta de pretensiones. La historia se siente genuina y personal (no por nada las dos directoras, al igual que las dos protagonistas, son hermanas gemelas), tiene corazón y, mantiene el interés, pese a un final un poco tramposo.

En gran medida presenta ciertas reminiscencias con la cinta china Soulmate (2016), del director Derek Tsang, película de la que se ha realizado un remake surcoreano este año. En dicho largometraje, se contaba la prueba de fuego que sufre la amistad entre dos amigas de la infancia ante la llegada de un chico a sus vidas. Pero, mientras aquella película perdía el rumbo buscando la sorpresa y el giro de guion, aquí Wanweaw Hongvivatana y Weawwan Hongvivatana se centran en los pequeños instantes, la intimidad entre las dos hermanas, la timidez y los momentos incómodos propios del primer amor y, en definitiva, todos aquellos detalles que cada vez son menos frecuentes en el cine contemporáneo.

Las jóvenes Thitiya Jirapornsilp se complementan con suma armonía, aportando la una espontaneidad y autoconfianza, y la otra inseguridad y ternura. Tan bien están en sus respectivos roles que, si bien en el arranque resultan indistinguibles entre sí para el espectador, a medida que avanzan los minutos ambas se tornan perfectamente identificables, incluso cuando ambas intentan pasarse por la otra.

En definitiva, vería con gusto cinco películas más como esta.