Esta película neozelandesa no sólo es para morirse de risa -o no morirse-, también es un ejemplo de que es posible brillar dentro de un género machacado como es el metraje encontrado o el falso documental.

No hay mucho que debatir sobre la película. Cinematográficamente o como queráis llamarlo está bien, las actuaciones están bien, el ritmo es el adecuado y no hay nada que reprocharle. Lo que marca la diferencia entre un sobresaliente o un bien para una película como ésta es algo tan subjetivo como el sentido del humor, y en mi caso dio en el clavo -o en la estaca-. Ni siquiera es una película que se base en lo absurdo o en un humor básico. No es el típico pedo/culo/caca/pene. Lo de Cohen/Clement es algo completamente distinto. No sabría dónde ubicarla en el espectro de la comedia.

Lo que de verdad me sorprendió de ella es su increíble ritmo. Incluso las mejores comedias me suscitaban cierto aburrimiento en algunas partes, y aquí no sentí pérdida de ritmo en ningún momento. Ni siquiera es el típico caso de película que empieza genial pero que cuando entra en materia su trama se acaba diluyendo -como me pasó con la recientemente vista Anchorman-. Lo que Hacemos en las Sombras se mantiene fresca durante toda su duración, como un vampiro se mantiene durante toda su existencia infinita.

Pero dejémonos de tonterías, porque como digo más allá de que la película esté correctamente grabada me partí la caja con ella durante toda la hora y media que dura, y decir más de eso es innecesario.