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Voto de Jordirozsa:
3
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Terror. Thriller
Una joven institutriz es contratada por un hombre que se ha convertido en el tutor de sus sobrinos tras las muerte de sus padres. Pronto descubrirá que tanto los niños como la casa esconden oscuros secretos y las cosas no son lo que aparentan. Adaptación moderna de la obra de Henry James, "The Turn of the Screw". (FILMAFFINITY)
14 de mayo de 2022
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
En oír la expresión “Otra vuelta de tuerca”, es posible que más de uno haya pensado en el tradicional método de ejecución empleado en España, por el que mediante una argolla ajustada al cuello del reo, fijada a un poste, el verdugo iba estrangulando progresivamente a la víctima, dando vueltas a un tornillo. El condenado fallecía por asfixia o por las lesiones causadas por rotura de cervicales. ¿cruel, verdad? Pues así uno se puede imaginar el proceso que sufre gradual e inexorablemente nuestra protagonista, Kate (una despampanante rubia Mackenzie Davis), en el papel de la institutriz que acude a la lúgubre mansión donde se tiene que hacer cargo de la educación de los hermanos, Miles (Finn Wolfhard) y Flora (Brooklynn Prince), cuyos padres representa que han fenecido en un accidente automovilístico, del que la pequeña de ambos fue testigo.
La película viene a poder verse como la lenta y agónica muerte en el instrumento de suplicio: un progresivo camino hacia la enajenación mental, en un entorno de degradación psíquica y ambiental constante.
La directora a cargo del proyecto, Floria Sigismondi (¿casualidad que su nombre de pila sea tan parecido al de la niña?), parece captar el doble fondo, tanto argumental como temático que propone la novela de Henry James, “The Turn of the Screw”, escrita en 1898, en plena Era Victoriana, con todo lo que ello conlleva en cuanto a la realidad psicosocial de aquella época. Sin embargo, una propuesta más o menos fiel a la original escrita, y a algunas de sus precedentes exportaciones a la pantalla; compuesta de elementos creativos en su adaptación del set temporal a las coordenadas de una relativa época actual; atrevida en algunas interpretaciones referentes a las relaciones entre los personajes; que toma partido en cuanto a la doble lectura de la historia creada en su día por el escritor estadounidense; así como descarada en la omisión de piezas que eran claves para una cinta eficaz;… una buena candidata a modelo de horror y suspense termina en algo precipitado, chapucero, demasiado rizado para su clara comprensión, disputado entre los intereses artísticos y los económicos, y con cierre de maleta por la que salen las mangas de las camisas mal plegadas, las puntas de los calcetines, y, lo que es peor, las gomas de los calzoncillos.
Cabe reflexionar seriamente si semejante frangollo es responsabilidad de una cineasta que no sabía hacer ni la “o” con un canuto, o se trata de otra obra malbaratada por las exigencias de los “jefes” entre los que vemos asomar la sombra de Steven Spielberg. De hecho, más que eso, ya que en carne y hueso el hombre se presentaba regularmente, en calidad de productor ejecutivo, en el mismísimo set de rodaje. Ninguna de las dos opciones podría ser descartable, puesto que, por una parte tenemos a un poderoso hombre de negocios, más allá de que en sus momentos detrás de la cámara haya hecho grandes trabajos; y, del otro lado, tenemos a una tipa cuya especialidad precedente son los vídeos musicales, y alguna que otra serie de renombrada popularidad, como “El Cuento de la Criada” (2017), “Daredevil” (2015) o “Hemlock Grove” (2013), las dos últimas de terror, que si bién en ellas ya había demostrado cierto talento en sus habilidades plásticas, lo estético y lo visual, poco dicen de su maña o soltura en el desarrollo de guiones.
Una de las cualidades que no se le puede negar a “The Turning”, es la habilidosa capacidad de trasladar la acción, por mor de facilitar los procesos de identificación de los espectadores, sin perder ese aire gótico y fantasmagórico, en una época más o menos reciente (eso para los que ya, teniendo una edad, vemos los años noventa como si fuese ayer), ni más ni menos que un siglo después de que James escribiera la novela. Con lo cual queda probada su policontextualidad en las coordenadas espacio-tiempo.
De la doble lectura que se puede desprender del libro, de su ambigua interpretación, “The Turning” toma claramente partido, sin dejar ningún equívoco en cuanto a la realidad que viven los personajes en el desenlace de la película. Ello contrasta con las aparentes intenciones del guión al principio, sobretodo en la escena inicial del intento de fuga de la institutriz antecesora de Kate, que se funde en el reflejo del cristalino ocular de ésta, oculto súbitamente por la bajada de telón del párpado, dando paso inmediatamente a la escena de la conversación con su amiga. Queda bajo elipsis, todo el proceso narrativo en el que se come ya de entrada el proceso de contacto y contratación de la “canguro-mamá-profesora” a cargo del tío de los chicos. La relación entre éste y el personaje de Kate es uno de los principales elementos estructurales de “The Turn of the Screw”. Una tan desvergonzada como desafortunada omisión, que le quita muchos enteros a la cinta, y que demuestra que la intencionalidad final no es tanto la de plasmar la idea de James, como la de crear una historia de fantasmas al estilo de “Los Otros” (2001), de Alejandro Amenábar, con ingredientes lo más efectistas posible, y un amago de falsa ambigüedad narrativa para fingir que la cosa tiene relieve propio.
Es evidente que la sagacidad de Sigismondi en la dirección, y el cuidado de los guionistas (Chad y Carey Hayes) es nulo en mantener el balance entre la dimensión de lo fantasmagórico, y la de la psicosis de la protagonista (si es que la pretensión de tal equilibrio, repito, existió jamás). Con lo cual, el camino al desenlace está trazado casi desde el principio, y el destino final de Kate será algo totalmente previsible. Como mínimo, eso sí, “The Turning” logra mantener un nivel de tensión básica al saber confrontar al espectador, sumiéndole entre horror e impotencia, con la paulatina degeneración y descomposición espiritual de los cuatro habitantes de la enorme mansión.
Una de las críticas que ha recibido el planteamiento del set de la película, es que no aprovecha la infinidad de posibilidades que ofrecía.
La película viene a poder verse como la lenta y agónica muerte en el instrumento de suplicio: un progresivo camino hacia la enajenación mental, en un entorno de degradación psíquica y ambiental constante.
La directora a cargo del proyecto, Floria Sigismondi (¿casualidad que su nombre de pila sea tan parecido al de la niña?), parece captar el doble fondo, tanto argumental como temático que propone la novela de Henry James, “The Turn of the Screw”, escrita en 1898, en plena Era Victoriana, con todo lo que ello conlleva en cuanto a la realidad psicosocial de aquella época. Sin embargo, una propuesta más o menos fiel a la original escrita, y a algunas de sus precedentes exportaciones a la pantalla; compuesta de elementos creativos en su adaptación del set temporal a las coordenadas de una relativa época actual; atrevida en algunas interpretaciones referentes a las relaciones entre los personajes; que toma partido en cuanto a la doble lectura de la historia creada en su día por el escritor estadounidense; así como descarada en la omisión de piezas que eran claves para una cinta eficaz;… una buena candidata a modelo de horror y suspense termina en algo precipitado, chapucero, demasiado rizado para su clara comprensión, disputado entre los intereses artísticos y los económicos, y con cierre de maleta por la que salen las mangas de las camisas mal plegadas, las puntas de los calcetines, y, lo que es peor, las gomas de los calzoncillos.
Cabe reflexionar seriamente si semejante frangollo es responsabilidad de una cineasta que no sabía hacer ni la “o” con un canuto, o se trata de otra obra malbaratada por las exigencias de los “jefes” entre los que vemos asomar la sombra de Steven Spielberg. De hecho, más que eso, ya que en carne y hueso el hombre se presentaba regularmente, en calidad de productor ejecutivo, en el mismísimo set de rodaje. Ninguna de las dos opciones podría ser descartable, puesto que, por una parte tenemos a un poderoso hombre de negocios, más allá de que en sus momentos detrás de la cámara haya hecho grandes trabajos; y, del otro lado, tenemos a una tipa cuya especialidad precedente son los vídeos musicales, y alguna que otra serie de renombrada popularidad, como “El Cuento de la Criada” (2017), “Daredevil” (2015) o “Hemlock Grove” (2013), las dos últimas de terror, que si bién en ellas ya había demostrado cierto talento en sus habilidades plásticas, lo estético y lo visual, poco dicen de su maña o soltura en el desarrollo de guiones.
Una de las cualidades que no se le puede negar a “The Turning”, es la habilidosa capacidad de trasladar la acción, por mor de facilitar los procesos de identificación de los espectadores, sin perder ese aire gótico y fantasmagórico, en una época más o menos reciente (eso para los que ya, teniendo una edad, vemos los años noventa como si fuese ayer), ni más ni menos que un siglo después de que James escribiera la novela. Con lo cual queda probada su policontextualidad en las coordenadas espacio-tiempo.
De la doble lectura que se puede desprender del libro, de su ambigua interpretación, “The Turning” toma claramente partido, sin dejar ningún equívoco en cuanto a la realidad que viven los personajes en el desenlace de la película. Ello contrasta con las aparentes intenciones del guión al principio, sobretodo en la escena inicial del intento de fuga de la institutriz antecesora de Kate, que se funde en el reflejo del cristalino ocular de ésta, oculto súbitamente por la bajada de telón del párpado, dando paso inmediatamente a la escena de la conversación con su amiga. Queda bajo elipsis, todo el proceso narrativo en el que se come ya de entrada el proceso de contacto y contratación de la “canguro-mamá-profesora” a cargo del tío de los chicos. La relación entre éste y el personaje de Kate es uno de los principales elementos estructurales de “The Turn of the Screw”. Una tan desvergonzada como desafortunada omisión, que le quita muchos enteros a la cinta, y que demuestra que la intencionalidad final no es tanto la de plasmar la idea de James, como la de crear una historia de fantasmas al estilo de “Los Otros” (2001), de Alejandro Amenábar, con ingredientes lo más efectistas posible, y un amago de falsa ambigüedad narrativa para fingir que la cosa tiene relieve propio.
Es evidente que la sagacidad de Sigismondi en la dirección, y el cuidado de los guionistas (Chad y Carey Hayes) es nulo en mantener el balance entre la dimensión de lo fantasmagórico, y la de la psicosis de la protagonista (si es que la pretensión de tal equilibrio, repito, existió jamás). Con lo cual, el camino al desenlace está trazado casi desde el principio, y el destino final de Kate será algo totalmente previsible. Como mínimo, eso sí, “The Turning” logra mantener un nivel de tensión básica al saber confrontar al espectador, sumiéndole entre horror e impotencia, con la paulatina degeneración y descomposición espiritual de los cuatro habitantes de la enorme mansión.
Una de las críticas que ha recibido el planteamiento del set de la película, es que no aprovecha la infinidad de posibilidades que ofrecía.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Sin embargo, uno de los méritos del film, es la capacidad de Sigismondi y de su equipo de fotografía, de causar la percepción de lo ilimitado y fagocitador, que es el conjunto de la enorme casa, y la ingente extensión de la finca que la rodea, tan sólo con focalizar los encuadres en puntos muy concretos y determinados, y jugando con el contraste de escenas diurnas y nocturnas. En éstas, con un abuso de penumbra y de tonos oscuros de color (ya sabemos lo que pasa cuando se echa demasiada sal, o de una especie, a un guiso).
Lo bueno del “faire” de Sigismondi, es que más allá de lo óptico y de lo sonoro, no echa mano de un arsenal de efectos especiales, que no habrían sido mucho más que una inútil sobrecarga.
Nathan Barr tampoco se prodiga demasiado en una partitura que se limita a cumplir a medio gas, sin aportar el realce que le habría dado un aire más terrorífico a la película en los momentos adecuados; se alía mas con la función de acrecentar el efectismo superficial, que no en acentuar o delimitar el perfil dramático de los personajes.
Éstos cuentan con las dignas, aunque bastante desperdiciadas, interpretaciones de unos actores a los que se les podría haber sacado más jugo. Brooklyn Prince y Finn Wolfhard, quedan encorsetados, respectivamente, en el papel de un rebelde adolescente que, apenas sabiendo como cascársela, busca en Kate un objeto de sus primerizas y sádicas pulsiones sexuales (inducidas se supone que por el desaparecido malvado Quint, de quién sólo vemos fugazmente el fantasma en un par de ocasiones); y una niña de inusitada candidez, la mayor parte del tiempo con cara entre de asustada y de mala leche, a la que faltan los toques socarrón y malicioso que, por otra parte, sabe trabajar mucho mejor Amelie Bea Smith en “La Maldición de Bly Manor” (2020), serie de Netflix que también adapta este clásico. En “The Turning”, por el contrario, tenemos a una chiquilla, cuyas manifestaciones de conducta clara, y exageradamente por momentos, neurótica, le quitan toda la gracia de ser. Ambos críos, que en cierto modo representan metafóricamente la pugna entre las dos escisiones de la realidad en las que se debate el fuero interno de Kate en su caída a la psicosis, junto con la sirvienta de aspecto esperpéntico (que se me antoja mezcla del payaso de IT, y de la psicópata cuidadora de Damien en “La Profecía”), y porte “tatcheriano”, son el motor que acelera el desquicio de la malograda preceptora.
La puerta de salida, es la misma que la de entrada: el ojo cuyo cristalino es la ventana a través de la que hemos visto a Kate, respectivamente, acceder al mundo imaginario construído por una enferma mental, y después volver a la consciencia de su condición, en el mismo centro donde ella (¿)creía(?) haber ido a visitar a su madre. Asimismo, a parte del ojo, también actuan como portales de paso entre ambos mundos, las láminas de los dibujos: si al principio los movimientos de los dedos pintan las formas que la cámara funde en las sinuosas curvas de una carretera, en la escena final, la lámina nos devuelve del plano de la fuga de Kate y los niños de la finca, a la escena en la que examina los dibujos de la madre, sentada en la mesa, mostrando su miedo a estar volviéndose loca, mientras la criada le espeta que desea que no sea así por cuestiones genéticas.
Pero si con ello Sigismondi demuestra una notable pericia en el uso de los recursos simbólcos, falla tanto en la construcción de los giros con lo que nos quiere explicar este proceso: rizando rizos sin necesidad, con un montaje que confunde y enturbia todo, echando a perder el resultado final. Convirtiendo lo que el espectador podría entender fácil y perfectamente en lo que respecta al propósito descriptivo, en un juego de rodeos que ponen en peligro aquello por lo que se ha trabajado durante el metraje. Y es que, con tanta vuelta, no sólo de tuerca, puede ser que el público termine mareado o, incluso, profundamente dormido después de luchar para no cerrar los párpados.
Lo bueno del “faire” de Sigismondi, es que más allá de lo óptico y de lo sonoro, no echa mano de un arsenal de efectos especiales, que no habrían sido mucho más que una inútil sobrecarga.
Nathan Barr tampoco se prodiga demasiado en una partitura que se limita a cumplir a medio gas, sin aportar el realce que le habría dado un aire más terrorífico a la película en los momentos adecuados; se alía mas con la función de acrecentar el efectismo superficial, que no en acentuar o delimitar el perfil dramático de los personajes.
Éstos cuentan con las dignas, aunque bastante desperdiciadas, interpretaciones de unos actores a los que se les podría haber sacado más jugo. Brooklyn Prince y Finn Wolfhard, quedan encorsetados, respectivamente, en el papel de un rebelde adolescente que, apenas sabiendo como cascársela, busca en Kate un objeto de sus primerizas y sádicas pulsiones sexuales (inducidas se supone que por el desaparecido malvado Quint, de quién sólo vemos fugazmente el fantasma en un par de ocasiones); y una niña de inusitada candidez, la mayor parte del tiempo con cara entre de asustada y de mala leche, a la que faltan los toques socarrón y malicioso que, por otra parte, sabe trabajar mucho mejor Amelie Bea Smith en “La Maldición de Bly Manor” (2020), serie de Netflix que también adapta este clásico. En “The Turning”, por el contrario, tenemos a una chiquilla, cuyas manifestaciones de conducta clara, y exageradamente por momentos, neurótica, le quitan toda la gracia de ser. Ambos críos, que en cierto modo representan metafóricamente la pugna entre las dos escisiones de la realidad en las que se debate el fuero interno de Kate en su caída a la psicosis, junto con la sirvienta de aspecto esperpéntico (que se me antoja mezcla del payaso de IT, y de la psicópata cuidadora de Damien en “La Profecía”), y porte “tatcheriano”, son el motor que acelera el desquicio de la malograda preceptora.
La puerta de salida, es la misma que la de entrada: el ojo cuyo cristalino es la ventana a través de la que hemos visto a Kate, respectivamente, acceder al mundo imaginario construído por una enferma mental, y después volver a la consciencia de su condición, en el mismo centro donde ella (¿)creía(?) haber ido a visitar a su madre. Asimismo, a parte del ojo, también actuan como portales de paso entre ambos mundos, las láminas de los dibujos: si al principio los movimientos de los dedos pintan las formas que la cámara funde en las sinuosas curvas de una carretera, en la escena final, la lámina nos devuelve del plano de la fuga de Kate y los niños de la finca, a la escena en la que examina los dibujos de la madre, sentada en la mesa, mostrando su miedo a estar volviéndose loca, mientras la criada le espeta que desea que no sea así por cuestiones genéticas.
Pero si con ello Sigismondi demuestra una notable pericia en el uso de los recursos simbólcos, falla tanto en la construcción de los giros con lo que nos quiere explicar este proceso: rizando rizos sin necesidad, con un montaje que confunde y enturbia todo, echando a perder el resultado final. Convirtiendo lo que el espectador podría entender fácil y perfectamente en lo que respecta al propósito descriptivo, en un juego de rodeos que ponen en peligro aquello por lo que se ha trabajado durante el metraje. Y es que, con tanta vuelta, no sólo de tuerca, puede ser que el público termine mareado o, incluso, profundamente dormido después de luchar para no cerrar los párpados.