A un ritmo trepidante a golpe de baqueta la película nos relata lo complicado que es hacerse un hueco en el mundo de la música y el sacrificio que ello conlleva. Y por favor, entendamos por música a la música de verdad y a los músicos de calidad (de los que muchas veces ni sabemos de su existencia) y no esos pseudo-productos creados en programas de televisión, cantantuchos y cantantuchas repartidos por todo el mundo que no sabrán poner ni la clave de sol en el pentagrama o exhibicionistas haciendo el ganso en Eurovisión con pintas de lumi.

La mayor parte de la trama se desarrolla en el conservatorio Shaffer en compañía de un profesor que hoy en día estaría suspendido de empleo y sueldo, y sus alumnos. Cierto que la película acude en momentos a situaciones extremas pero nada que nos sea desconocido. Todo lo críticos que somos delante de una pantalla lo somos de benevolentes en la vida real cuando de colarte entre las esferas más altas o élite se trata.

J. K. Simmons es dinamita pura. Arrolladora interpretación merecidísimamente galardonada con un personaje fascinante al que no sabrás si odiar o admirar. Consigue una mirada penetrante capaz de helar la sangre a quien se la dirige. Y esto lo sabe de sobra Andrew Neiman (Miles Teller), el nuevo batería de la banda de jazz de Fletcher que tendrá que luchar lo indecible por ganarse su puesto.

Sería injusto quedarse únicamente con la parte final de la película pero irremediablemente hay que destacarlo como uno de los mejores momentos de la película. Está rodado excepcionalmente, la espectacularidad de lo que vemos en la pantalla va mucho más allá de lo que mecánicamente contemplamos.