Con solo una película en su haber (pero muchos guiones, incluyendo Ghost o el de la misma película que nos atañe) Joel Rubin firma una película que justifica el cine de los 90.
No me malinterpreten: no es de ni de lejos la mejor película de los 90, pero es propia de una época donde había más allá de los blockbusters películas como ésta, Sommersby, hermanos Farellly, Woddy Allen, Seis Grados de Separación, Sleepers, y un largo etcétera de películas.
Existía el cine más allá del cine de superhéroes y si bien existía el cine de acción existía una mayor diversificación.

¡Qué gran momento para el cine! Va a resultar que no es streaming lo que mata a las salas de cine, sinó la falta de diversificación. Aunque sigue existiendo un cine alternativo es precisamente eso en su mayor parte y no justifica según que inversiones económicas.
Hoy, una película parecida viene precedida de un gran nombre y es la excepción y, claro, en taquilla no responde (claro, no solo hay de diversidad en el cine: nos acostumbramos a hipertaquillazos, lo contrario es una decepción tremenda).

Y... en los noventa nos encontrábamos con cine como éste.
Buena dirección para una buena historia (de verdad, es imposible no emocionarse con la historia que ofrece esta película). Dos fabulosos protagonistas (es imposible no emocionarse con las interpretaciones de la absolutamente genial Nicole Kidman y de un sorprendete Michael Keaton). Y, oh Dios, todavía estábamos en una era en la que en el cine existían músicos y no productores musicales: una música de John Barry para mearse en las bragas (como diría Julia Roberts en Pretty Woman).

Cine de verdad. No es la mejor película del mundo: pero tienen que verla.

Nota añadida, sobre el cine de los 90. Por supuesto que existía el cine europeo, pero hablo del cine de Hollywood. Y en este cine tan característico recomiendo desde aquí otra película que considero una joya escondida (pese al nombre de su director): El aceite de la vida.