Algunos directores norteamericanos tienen un gran corazón, son buena gente y deberían de darles una beca para que vayan por medio mundo comentando como debería de funcionar todo el embrollo que tenemos montado, de acuerdo, pero al mismo tiempo también les deberían de prohibir que rodasen películas porque el aburrimiento, el sopor y el cansancio son la marca más reconocible en toda su obra.

Quizá de todos ellos, el ejemplo más claro es John Sayles, un buen tipo, pero al mismo tiempo un director que duerme a las ovejas, y que para contar una historia de buenas intenciones como esta, utiliza dos horas y diez minutos de soberano aburrimiento.

La historia podría valer para el día del Domund, pero desde luego no para entender el cine como lo entiendo yo, o Hitchcock, Kubrick, Ford, Schaffner o Leone, entre otros.

Sus películas casi siempre van de los mismo, que si racismo, inmigración y normalmente blancos que son unos hijos de puta, todo ello con una serie de historias cruzadas que tan de moda se empezó a poner en los noventa. En realidad a Sayles le sale el tiro por la culata, porque si hay un personaje interesante en el film, ese es el cabronazo de Charly Wade interpretado por Kris Kristofferson, y no por ejemplo los lloreras de los espaldas mojadas.

Lo siento mucho, su cine me produce un enorme sueño y sus historias son como leer una crónica de santos y demonios.

Además de intriga la película tiene poco, de drama y además aburrido mucho. Todo para vosotros gafapastillas.