En esta su opera prima ya se muestran bastantes detalles de lo que va a conformar la filmografía de Garci: el ritmo pausado, diálogos trabajados, su gusto porque la música tenga un papel principal en la historia y ese halo romántico y melancólico que tiñe invariablemente la mayoría de sus películas. En este caso, además, debutó queriendo resarcirse de una época en la que creció sin poder gustar de las libertades que ansiaba, y que pudo compensar con todo eso que menciona en la emotiva dedicatoria final, un detalle verdaderamente sensible.

Me pasa una cosa con las películas de infieles y es que tienen que estar muy bien hechas para que me lleguen y en este caso no lo consiguió. No le resto mérito a encuadrarla precisamente en los días en que España se abría hacia un nuevo destino, pero es precisamente el romance el que me falla. Ni el personaje masculino ni el femenino me sedujeron lo más mínimo, llevándose la palma el de José Sacristán, graciosillo cargante. Si bien alguna escena es un poco más atractiva, diría que el reencuentro sentimental y el encuentro sexual en general me parecieron fríos y deslabazados. Y con estas hechuras, ya poco podía esperar, sobre todo cuando el final es el de rigor, da igual que estemos en la transición o con más de 30 años de monarquía parlamentaria. En fin, revestir de política un calentón aplazado me parece el summum.