El año pasado Birdman logró ganar el Oscar a mejor película. Este nuevo año nos llega su merecida predecesora elegida por la Academia, Spotlight, llevada a cabo de forma totalmente opuesta a aquella obra de Iñárritu. Se nos presenta una dura historia real de forma clara, concisa y contundente. Sin truco ni cartón, aquí no hay magia, no hay trampas ni artificios, no recae en parafernalias para gustar, y nos cuenta la historia del único modo en el que se podía narrar: aterradormente claro. La película se aleja de la pedantería y cualquier sentimentalismo que podría tener para mostrarte una dura realidad existente, y ahí plasma la esencia del cine, del arte. Ya que además de crear, entretener, sentir, muchas veces también trata de criticar, de cambiar, de evolucionar. Y esta película pide evolución, pide cambio, pide realidad. Sostenida por un diálogo realista, y unas actuaciones brillantes que manejan la película de forma sobrecogedora (mención aparte a Mark Ruffalo, está brillante), esta obra audiovisual ciega de lo potente que es, y yo, estoy orgulloso de que haya ganado el Oscar. Sin artificios.