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Voto de Bloomsday:
8
5,9
52.125
Drama
Estados Unidos, años 50. Jack (Hunter McCracken) es un niño que vive con sus hermanos y sus padres. Mientras que su madre (Jessica Chastain) encarna el amor y la ternura, su padre (Brad Pitt) representa la severidad, pues la cree necesaria para enseñarle al niño a enfrentarse a un mundo hostil. Ese proceso de formación se extiende desde la niñez hasta la edad adulta. Es entonces cuando Jack (Sean Penn) evoca los momentos trascendentes ... [+]
18 de septiembre de 2011
163 de 213 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Terry, no son más que dos putas águilas, no ruedes eso". Colin Farrell a Terrence Malick durante el rodaje de 'El nuevo mundo'.
--Intro--
En cuanto a lo de siempre, esta película es lo de siempre: voz en off, narrativa elíptica y “minimal”, contraplanos de steadycam y ejercicios de acrobacia poética. El que lo sabe, lo sabe. No hase falta desir más. Y como siempre es en lo último, en lo lírico, donde esta cinta reclama la atención y provoca la polémica. No puedo aportar nada a ese respecto. El que lo sabe, lo sabe.
--Antes--
Suponemos que la película va de los años 50's, Brad Pitt y el baby boom. Bueno, lo supondrían algunos. Otros, viendo a Terrence Malick a los mandos, supondrían lo contrario.
Pero resulta que a esta familia se le llena de dinosaurios el jardín. Aparecen peces martillo en océanos intrauterinos, volcanes… La Naturaleza hilozoísta y su alma mineral. Medusas, protozoos… ¡Vaya relleno! –grita el público sintiéndose estafado.
--Durante--
Aquí sí, aquí aparecen el matrimonio y los niños. Aquí el espectador respira y deja volar su imaginación en el escalofrío de la paternidad agarrando nucas, los roces de los tallos de las plantas, la madre levitando por obra y gracia de su ingenuidad, la metáfora del río de la vida… Nasciturus y ancianos en batidora jungiana... Esas cosas.
Quizás aburra, porque no es prosa, pero se entiende. Hacemos pie en la humanización del conflicto. Hay narrativa –a lo Malick– y “comprendemos”.
--Antes y durante. El follón--
Es al fundir ambas partes –los dinosaurios y la familia– cuando la simbología cobra su auténtica expresión. No se trata de cuitas familiares y su poso de melancolía. Se trata de que ese nudo familiar es parte de un proceso, que todos somos uno porque venimos de la misma partícula escindiéndose y que de dónde venimos y adónde vamos. Esta simplificación implica una mutilación, pero me expreso así porque veo que el horno no está para bollos.
No hay especial dificultad a la hora de jugar a las interpretaciones. Malick ofrece apoyos –con subrayados de voz en off para no perder el hilo– pero, visto el bollo, no se lo puedo reprochar.
(Revelo, revelo...)
--Intro--
En cuanto a lo de siempre, esta película es lo de siempre: voz en off, narrativa elíptica y “minimal”, contraplanos de steadycam y ejercicios de acrobacia poética. El que lo sabe, lo sabe. No hase falta desir más. Y como siempre es en lo último, en lo lírico, donde esta cinta reclama la atención y provoca la polémica. No puedo aportar nada a ese respecto. El que lo sabe, lo sabe.
--Antes--
Suponemos que la película va de los años 50's, Brad Pitt y el baby boom. Bueno, lo supondrían algunos. Otros, viendo a Terrence Malick a los mandos, supondrían lo contrario.
Pero resulta que a esta familia se le llena de dinosaurios el jardín. Aparecen peces martillo en océanos intrauterinos, volcanes… La Naturaleza hilozoísta y su alma mineral. Medusas, protozoos… ¡Vaya relleno! –grita el público sintiéndose estafado.
--Durante--
Aquí sí, aquí aparecen el matrimonio y los niños. Aquí el espectador respira y deja volar su imaginación en el escalofrío de la paternidad agarrando nucas, los roces de los tallos de las plantas, la madre levitando por obra y gracia de su ingenuidad, la metáfora del río de la vida… Nasciturus y ancianos en batidora jungiana... Esas cosas.
Quizás aburra, porque no es prosa, pero se entiende. Hacemos pie en la humanización del conflicto. Hay narrativa –a lo Malick– y “comprendemos”.
--Antes y durante. El follón--
Es al fundir ambas partes –los dinosaurios y la familia– cuando la simbología cobra su auténtica expresión. No se trata de cuitas familiares y su poso de melancolía. Se trata de que ese nudo familiar es parte de un proceso, que todos somos uno porque venimos de la misma partícula escindiéndose y que de dónde venimos y adónde vamos. Esta simplificación implica una mutilación, pero me expreso así porque veo que el horno no está para bollos.
No hay especial dificultad a la hora de jugar a las interpretaciones. Malick ofrece apoyos –con subrayados de voz en off para no perder el hilo– pero, visto el bollo, no se lo puedo reprochar.
(Revelo, revelo...)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
En todo caso, no me entiendan mal, no creo que la película se agote en “interpretaciones”. Lo fundamental no es la comprensión de esa simbología de planetas y moléculas. No será mejor o peor el film al ser, o no, entendido, sino al ser “vivenciado”. Y por ahí destacaré el detalle del rezo de un niño, porque la narrativa autobiográfica es también un tropo, un giro poético que acerca la película a los márgenes tangibles de la melodramatización de ese eterno conflicto: Dios –dice–, si estás ahí no me dejes ejercer de humano porque sé que es malo.
Y se desatan las posibilidades: Fisiología vs. divinidad; conciencia neuroética y trauma neurótico; determinismo, evolucionismo, creacionismo (piedra, papel o tijera); sentimiento trágico de la vida; órbitas, nebulosas, electrones y entrelazamiento cuántico... ¿Se lo jugaron a los dados? ¿Es el cielo un buzón de reclamaciones teocentristas? Algunos, por si acaso, siguen rezando por una cuestión, como Pascal, probabilística.
--El árbol de la vida--
Malick propone un amor al prójimo despojado de ansias de perdón judeocristianas como corolario de ese nudo autobiográfico. Asómbrate, ama a tu hermano. Discurso orientalista new age de toda la vida, dirán sus detractores; Schopenhauer, dirán sus fanáticos; ne comprendo pas, dirán los que se marcharon de la sala. Amor al dinosaurio que fue y al humano que será (o viceversa) como forma de rendición de un padre autoritario y su hijo frente a las esporas polinizando galaxias.
Historias de padres e hijos hay miles. No importan. Excepcional en ese sentido es la voz en off de una madre llorando a su vástago perdido mientras el mundo se estira como chicle. ¿Hay forma más rotunda y bella de señalar la insignificancia de nuestra condición que susurrarla en mitad de un universo que se expande? Y pese a todo, Malick cuenta su historia familiar porque no tiene otra. La cuenta para apurar la grandeza de nuestra pequeñez. La cuenta porque tiene setenta años.
--Después--
¿Y cómo termina la cosa? Pues como siempre. Panteísmo de templo chino (la puerta que cruza Sean Penn simboliza el más allá). Juntos, paseando por recuerdos iguales para todos, sin más consuelo que el tacto. Hacinados en algún sitio esperando el autobús de Caronte. Una puerta que se abra para que entren moscas y nos laman las heridas.
--Lord Byron--
Vivan la peli más, no la piensen tanto. No la trepen, asciéndanla. “The Tree of Knowledge is not that of Life”. Ahí está la poesía.
Y se desatan las posibilidades: Fisiología vs. divinidad; conciencia neuroética y trauma neurótico; determinismo, evolucionismo, creacionismo (piedra, papel o tijera); sentimiento trágico de la vida; órbitas, nebulosas, electrones y entrelazamiento cuántico... ¿Se lo jugaron a los dados? ¿Es el cielo un buzón de reclamaciones teocentristas? Algunos, por si acaso, siguen rezando por una cuestión, como Pascal, probabilística.
--El árbol de la vida--
Malick propone un amor al prójimo despojado de ansias de perdón judeocristianas como corolario de ese nudo autobiográfico. Asómbrate, ama a tu hermano. Discurso orientalista new age de toda la vida, dirán sus detractores; Schopenhauer, dirán sus fanáticos; ne comprendo pas, dirán los que se marcharon de la sala. Amor al dinosaurio que fue y al humano que será (o viceversa) como forma de rendición de un padre autoritario y su hijo frente a las esporas polinizando galaxias.
Historias de padres e hijos hay miles. No importan. Excepcional en ese sentido es la voz en off de una madre llorando a su vástago perdido mientras el mundo se estira como chicle. ¿Hay forma más rotunda y bella de señalar la insignificancia de nuestra condición que susurrarla en mitad de un universo que se expande? Y pese a todo, Malick cuenta su historia familiar porque no tiene otra. La cuenta para apurar la grandeza de nuestra pequeñez. La cuenta porque tiene setenta años.
--Después--
¿Y cómo termina la cosa? Pues como siempre. Panteísmo de templo chino (la puerta que cruza Sean Penn simboliza el más allá). Juntos, paseando por recuerdos iguales para todos, sin más consuelo que el tacto. Hacinados en algún sitio esperando el autobús de Caronte. Una puerta que se abra para que entren moscas y nos laman las heridas.
--Lord Byron--
Vivan la peli más, no la piensen tanto. No la trepen, asciéndanla. “The Tree of Knowledge is not that of Life”. Ahí está la poesía.