Como aficionado al fútbol, la película me ha dejado un amargo sabor de boca.
Duele ver en pantalla las injusticias (que ocurren por desgracia de manera semejante en el mundo real) a las que se deben enfrentar unos pobres niños que sólo pretenden cumplir su sueño.
Esta es la cara oscura del fútbol, una fábrica de ilusión y riqueza para algunos, pero que también de destrucción. Y no sólo destruye los sueños; si no también a las personas, mental y hasta físicamente.
Una gran interpretación de los dos protagonistas y también de los secundarios, da la impresión de que estos representantes son como auténticos traficantes de esclavos.
Arranco a un niño de sus padres, lo llevo a Europa y si suena la flauta me hago de oro. Y si no funciona, pues me deshago de él como buenamente pueda, cómo de un perro. Se lo abandona y punto.
Escalofriante. Espero que las autoridades hagan más por evitar este tipo de cosas.